SEÑOR, SI HUBIERAS ESTADO AQUÍ. Son las palabras que
Marta dirige a Jesús ante la muerte de su hermano Lázaro. Tal vez ella no sabe
lo que dice, pero tiene la certeza, en cambio, de que, si el maestro hubiera
llegado a tiempo, habría podido hacer algo por su hermano.
La muerte es el límite de la vida de todo ser viviente,
incluido el hombre y su desarrollo. Es una realidad que afecta tanto la vida
familiar y social, ocasionando dolor, impotencia, incluso resentimiento y
pérdida de sentido por la vida, por la fe, por Dios. Pero, incluso, en esos
momentos duros y angustiantes, los cristianos tenemos la certeza de que la vida
no termina con la muerte, en la fría fosa de una tumba, sino que espera alcanzar
la vida eterna.
Así lo descubrimos en la respuesta que Jesús da a Marta: Yo
soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá. Esto lo
dice porque Él es la vida y luz, luz que brilla en las tinieblas, vida que despierta
de la muerte. La muerte es solo un paso hacia la trascendencia, hacia la realización
final de nuestra existencia, la cristificación, es decir, la vida gloriosa
junto al Padre. San Juan 11,19-27
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