POCO DESPUES DE LA RESURRECCION DE JESÚS, Pedro y Juan se
encontraron con un mendigo lisiado a las afueras de la puerta del templo donde
iban a adorar. Este hombre ella llevado a la puerta todos los días para ganarse
la vida mendigando y les pidió limosna a Pedro y Juan. Pedro respondió: no
tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy, en el nombre de Jesucristo de
Nazareth, levántate y anda – hechos 3,6- El hombre fue sanado instantáneamente y
en completo gozo comenzó a correr por el templo, saltando y gritando, ¡Jesús me
sano!
La gente reconoció al lisiado y una multitud se reunió maravillándose
de lo que veía. Pedro y Juan tomaron ventaja de la situación y comenzaron a
predicar con valentía el arrepentimiento, lo que resulto en la salvación de
miles. Cuando los principales de la sinagoga vieron lo que estaba sucediendo,
se indignaron e hicieron que metiesen a los hombres en la cárcel. Luego exigieron
saber, ¿con que potestad, o en que nombre, habéis hecho vosotros esto? Por
supuesto, ellos sabían exactamente cual era el nombre que se estaba predicando,
pero no lo mencionaron intencionalmente.
Pedro estaba lleno del denuedo del Espíritu Santo y respondió
a los principales. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis
y a quien Dios resucito de los muertos… no hay otro nombre bajo el cielo, dado
a los hombres, en que podamos ser salvos. Los principales estaban atónitos y se
maravillaban, y les reconocían que habían estado con Jesús.
¿Cuál era la marca que distinguía a Pedro y Juan? ¡era la
presencia de Jesús! Esos principales de la sinagoga se dieron cuenta, nosotros
crucificamos a Jesús, sin embargo, el todavía sigue hablando hoy a través de
estos dos hombres. En esa misma hora, Pedro y Juan estaban cumpliendo el
mandato de Jesús de testificar de él en Jerusalén. Del mismo modo, creo que el
poderoso testimonio de Dios en estos días no vendrá solo por medio de la predicación.
También vendrá a través de hombres y mujeres que han estado con Jesús encerrándose
con él y buscándolo con todo su corazón y alma.
¿Qué mayor evidencia de Dios podría haber que vidas transformadas
por el poder sobrenatural de Cristo? Que se diga de ti ¡ese hombre, esa mujer,
ha estado con Jesús!
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