MIENTRAS LOS DISCIPULOS VIAJABAN CON JESUS, notaron que él oraba con frecuencia. No era extraño para él, el orar por largos periodos de tiempo en la mañana, antes del amanecer. Algunas veces oraba durante toda la noche, otras veces pasaba el día orando.
Jesús era lo que las escrituras llaman un intercesor. El intercedió,
lo que significaba que se puso entre Dios y el hombre para traer a la tierra
bendiciones del cielo. Mientras estuvo en la tierra, el fue el intercesor
divino, Dios entre nosotros, intercediendo en nuestro favor. A él le encantaba
interceder.
Los discípulos fueron desafiados e inspirados al ver a Jesús
orar y, con valentía, le pidieron que les enseñara a orar. Ellos habían escuchado
a Jesús enseñar, pero no le pidieron que les enseñara a enseñar, lo vieron
haciendo milagros, pero no le pidieron que les enseñara a sanar, ellos pidieron
que les enseñara a orar.
Cuando los discípulos de Jesús lo escucharon orar, sus emociones y pasiones espirituales se agitaron dentro de ellos. Todos ellos habían sido criados en las costumbres religiosas judías de la época, y habían orado desde el momento en que eran niños pequeños. En otras palabras, ellos eran hombres enraizados en la tradición de la oración. Pero después de escuchar a Jesús orar, se sintieron totalmente incapaces en la oración. El clamor de sus corazones fue: en comparación contigo, Jesús, no sabemos nada sobre la oración, Jesús, enséñanos a orar -lucas 11,1-
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