viernes, 30 de enero de 2009

NO CODICIARAS LOS BIENES AJENOS 10

Querido herman@, hemos llegado a la 10ma. semana de ejercicios espirituales sobre los 10 mandamientos. Hoy, el Señor te regala esta catequesis y te da la oportunidad durante esta semana que incias de ponerte en paz con El. Te da la oportunidad de escucharle y amarle. Te da la oportunidad de ejercitarte para que cumplas con sus mandamientos. El te ha ido preparando, porque quiere que logres la santidad, tu que talvez por error o equivocacion, accediste a este blog, te digo que no es nada de ello, sino que es parte del plan que Dios tiene para ti, porque el quiere que madures cual fruto, para ser un soldado de El y para El. Y a El lo que mas le interesa es que no ceses en la busqueda de la santidad.

Bienvenid@, a esta catequesis, solo pido que el Señor te ilumine y te ayude en tus ejercicios, porque recuerda que el te inicio con las 12 oraciones, luego con los 7 pecados capitales, mas adelante con los dones del Espiritu Santo y ahora te culmina este ciclo de los 10 mandamientos. Indudablemente que hay progresos en tu vida espiritual, los que te rodean lo sabran y en su momento te lo diran.


DECIMO MANDAMIENTO
No codiciaras los bienes ajenos

  • AT: Ex 20,17 "No codiciaras...nada que sea de tu prójimo
  • NT: Mt 6:21 "Donde esté tu tesoro, allí está también tu corazón"

El décimo mandamiento completa el noveno.

Prohibe la codicia del bien ajeno

  • Esta es raíz del robo, la rapiña y el fraude, prohibidos en el 7mo. Mandamiento.
  • Prohibe la concupiscencia de los ojos.

    • Esta lleva a la violencia y la injusticia prohibidas por el Quinto Mandamiento.
  • La codicia tiene su origen, como la fornicación, en la idolatría

    • Condenada en los 3 primeros Mandamientos.
  • El Décimo Mandamiento se refiere a la intención del corazón
  • Resume, con el noveno, todos los preceptos de la ley.

El desorden de la concupiscencia

  • El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos.

    • Ej.: desear comer cuando tenemos hambre.
    • Estos deseos son buenos en si mismos; pero con frecuencia no guardan la medida razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro.
  • El Décimo Mandamiento prohibe la avaricia de las riquezas y el poder.
  • Debemos apartar nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece.
  • La seducción del diablo hace aparecer lo prohibido como : "bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría" Gn3,6
  • El Décimo Mandamiento prohibe desear mal a quienes consideramos nuestra competencia. (Deportes, comercio, etc.)

    • o desear a otros un mal del cual nos podemos aprovechar

      • Ej.: Un abogado que quiera que hayan mas casos.
      • Ocurre cuando perdemos de vista la finalidad de nuestra vida y trabajo

Envidia

  • Es la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo.
  • Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal.
  • La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo
  • Es un pecado capital
  • Para San Agustín, es el pecado diabólico por excelencia.
  • "De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal ajeno y la tristeza causada por su prosperidad" S. Gregorio Magno.
  • Es contraria a la caridad.
  • Se lucha contra la envidia mediante la benevolencia.
  • La envidia procede con frecuencia del orgullo

    • Se lucha con la humildad

Los fieles de Cristo "han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias" Ga 5,24.

  • "Son guiados por el Espíritu" Rm 8,14.
  • "Siguen los deseos del Espíritu Cf. Rom 8,27

La pobreza de corazón CatIC 2544

  • Jesús exhorta a los discípulos a preferirle a El ante todos y todo.

    • Les propone "renunciar a todos sus bienes" (Lc 14,33) por El y por el Evangelio.
  • "El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos." Cat.IC 2544.
  • "Bienaventurados los pobres de espíritu" Mt 5,3.
  • "El Verbo llama "pobreza de espíritu" a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: "Se hizo pobre por nosotros" (2 Cor 8,9) (S. Gregorio de Nisa)
  • La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.

Quiero ver a Dios CatIC 2548

  • S. Gregorio de Nisa "En la Escritura, ver es poseer. El que ve a Dios obtiene todos los
    bienes que se pueden concebir"
  • El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los bienes de este mundo y tendrá su plenitud en la visión de Dios.
  • Para llegar, los fieles mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer y del poder.
  • En el camino hacia la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quien les escucha (Cf. AP 22,17).

El enunciado completo dice así: “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni el siervo ni su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20,17).

“La codicia rompe el saco”, dice el refrán. La codicia apunta al corazón, inclinado a los apegos.

Este mandamiento apunta al deseo de toda persona a ser feliz. ¿Dónde reside la felicidad? ¿En el dinero, en el tener cosas? Dios con este mandamiento quiere que busquemos la felicidad donde sí la podemos encontrar y no quiere que perdamos lo más valioso que tenemos por buscar tener más y más bienes materiales, que siempre son perecederos y efímeros.

Aunque este mandamiento está formulado en forma negativa, sin embargo entraña un contenido positivo, porque Dios te invita al desprendimiento para que tu corazón sea feliz y no sea un esclavo de los bienes materiales y económicos, sobre todo de esos dos tiranos: la codicia (deseo desordenado de riquezas), y la avaricia (deseo desordenado de conservar las poseídas).

Gracias a este mandamiento, tu corazón será libre y puro para poder amar a Dios con la plenitud que Él ha ordenado; y sabrá poner los bienes materiales en su lugar, como medios -no como fin- para obtener tu propia perfección humana y espiritual, y así conseguir la felicidad que buscas.

Está muy unido al séptimo mandamiento: “no robarás”; al igual que el noveno estaba unido al sexto. Dios no sólo prohíbe al adulterio (sexto) sino también el desear la mujer o el varón del prójimo (noveno). No sólo prohíbe robar o retener injustamente los bienes del prójimo (séptimo) sino también el desearlos, codiciarlos y envidiarlos (décimo). Se trata, naturalmente, de un deseo desordenado y consentido. Eso no quiere decir que sea pecado el desear tener, si pudieras lícitamente, una cosa como la de tu prójimo.

Este mandamiento no prohíbe un ordenado deseo de riquezas, como sería una aspiración a un mayor bienestar legítimamente conseguido; manda conformarnos con los bienes que Dios nos ha dado y con los que honradamente podamos adquirir. Pero sí sería pecado murmurar con rabia contra Dios porque no te da más; y tener envidia de los bienes ajenos. No sacrifiques tu felicidad por nada.

¿Cuál es el valor de los bienes materiales, y cuál debe ser tu actitud ante ellos, para que seas feliz? Es lo que te explicaré. Y para ello me inspiraré en la Sagrada Escritura, que es la Palabra de Dios viva y siempre actual. ¿Quién mejor que Dios para explicarnos el valor de las riquezas?

¿Qué te parece, si vemos estos puntos en la explicación del décimo mandamiento?

I. ¿Qué dice el Antiguo Testamento sobre el uso de las riquezas?
II. ¿Cuál es la novedad y la postura de Cristo ante las riquezas materiales?
III. Atropellos contra este décimo mandamiento.
IV. A modo de resumen.

I. LOS BIENES MATERIALES EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

No sé si has leído el Antiguo Testamento. Sé que no es fácil leerlo. Pero algo quiere enseñarte Dios en relación a los bienes materiales, para que te sirvan para tu propia felicidad y no para tu destrucción.

En la época más antigua de la historia de Israel, en la época del nomadismo , la propiedad de los bienes era comunitaria o, más exactamente, tribal. La riqueza era exaltada como bendición de Dios y signo de su predilección, relacionada con la fidelidad a la Alianza. Y la pobreza, como maldición divina.

Más tarde, se fue cambiando esta concepción. Surgieron los latifundios, los abusos de los propietarios, los impuestos excesivos, la corrupción de la justicia, y se fue planteando cada vez más la urgencia de la opción entre el rico y el pobre.

Y se dieron en ese tiempo unas normas bien claras: prohibición de la usura y avaricia, obligación de la limosna y del amor compasivo y efectivo al pobre, tutela legal del salario del jornalero. El año jubilar (cada cincuenta años) traía consigo la devolución de la tierra al propietario original y su reposo integral, así como la liberación general de personas y bienes: cada uno volvía a su propio clan y recobraba su patrimonio. Y todos, felices.

Los mismos profetas alzaron la voz contra los ricos injustos, contra la codicia y la avaricia. Te recomiendo que leas en esta clave al profeta Amós y Miqueas. Los profetas criticaban la religión sin ética social que muchos pretendían practicar y recordaban las exigencias ético-sociales de la alianza que Dios había establecido con su pueblo; es decir, riqueza y cumplimiento de las exigencias de la alianza con Dios deben ir unidos para que así pudieran experimentar la felicidad.

Con todo esto, se pusieron en claro unos valores, ya desde el Antiguo Testamento, en relación con los bienes materiales:

· Dios tiene el señorío universal sobre la tierra: “La tierra es mía y vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes” (Levítico 25, 23). Apunta bien esto, pues no eres dueño, sino administrador de cuanto Dios, tu Dueño, te ha dado.
· La estabilidad y felicidad de la sociedad está fundada sobre la familia y sus bienes. Tienes que respetarlos.
· La riqueza deja de ser el bien supremo o el valor preferente... y tampoco es síntoma de bendición divina. No olvides que el bien supremo sigue siendo Dios, y no tanto las cosas de Dios. Y Dios da la felicidad que buscas. No sacrifiques tu felicidad poniendo las riquezas por encima de Dios.
· La justicia tiene un carácter religioso y hay que integrarla en la fraternidad de los miembros de la comunidad israelita, y extenderla a los forasteros residentes en Israel. La justicia no es una virtud “profana” o “civil”, sino netamente religiosa .
· Hay que compartir la riqueza con los más necesitados. Si hay pobres y miserables es porque alguien se está comiendo y está usando lo que les pertenece a ellos. Compartiendo tu riqueza, haces felices a otros, que no tienen.
· La pobreza tiene también un valor religioso, capaz de enseñar al hombre su dependencia radical de Dios: sólo de Dios podía esperar el remedio de sus males. La pobreza se desposa entonces con la humildad. Pobre será el que conforma su vida a la voluntad de Dios y pone toda su confianza en Él (Salmos 94; 17; 34; 86; 104). Pobre no significa miserable. Dios no quiere la miseria, pero puede permitir la pobreza para que nos lancemos a sus brazos con confianza ilimitada. Él te sacará adelante, si eres pobre; y te dará la paciencia para sobrellevarla con dignidad.
· La riqueza -dirán los libros sapienciales de la Biblia (Eclesiástico, Sabiduría, Eclesiastés)- es buena, pero hay valores supremos a ella; por ejemplo, la amistad, el amor, la paz, la tranquilidad, la sabiduría, la integridad moral. En general estos libros sapienciales no exaltan la pobreza; es más, a veces la ven como fruto de la pereza, holgazanería e indolencia. ¡Cuidado, pues!
· El libro de la Sabiduría te dice que el pecado entró en el mundo por la envidia del diablo (2, 24). Y san Agustín veía en la envidia el pecado diabólico por excelencia.

Ya desde el Antiguo Testamento, pues, se inicia un proceso de interiorización de la pobreza que en el Nuevo Testamento será totalmente explícito con el mensaje de Cristo. Este proceso de interiorización será en dos direcciones: en la primera de ellas, se parte de la pobreza como hecho social, y se llega a la consideración de la pobreza como un valor religioso, capaz de enseñar al hombre su dependencia radical de Dios; en la segunda, se parte de la religión como actitud menesterosa y libre ante Dios y se empieza a valorar la pobreza como expresión de esa actitud religiosa.

Leí este artículo en el suplemento español Fe y Razón del 29 de junio de 2005, titulado “La ligereza del pájaro”, escrito por el cardenal Ricardo María Carles. Me sirve para resumir un poco lo que entraña este décimo mandamiento.

“Un pequeño pájaro, que no me había visto, se lanzó al borde del agua. Como suelen, antes de beber, miró rápidamente alrededor. Permanecí inmóvil. Bebió brevísimamente y alzó el vuelo. Desapareció rápido entre el monte bajo.

En las montañas he podido contemplar muchas veces escenas maravillosas de los animales más variados. Pero éste me sugirió unos pensamientos que nunca había asociado a ellos. En acabar de beber y levantar su cabecita, dejándome ver su pecho bermejo –era un pitirrojo - me pareció que decía: «Es suficiente». El pajarillo quedó saciado con unas gotas. Por eso, ante una charca o ante un lago, bebe la misma cantidad. Jamás trata de agotar todo lo que sus vivos ojos alcanzan a ver. Pues no bebe para asegurarse toda la vida. Toma siempre lo que «le es suficiente».

Tiene la sabiduría de no dejarse tentar por la abundancia. No le inquieta abandonar un lago o campos inmensos de onduladas mieses. Le bastan tres granos de trigo, y… a volar, libre de toda necesidad de acaparar.

Algunos hombres sufren la esclavitud de la obsesión por la abundancia. Muy duramente criticó el filósofo cristiano Kierkegaard al que «se hace esclavo del comer y del beber, de la riqueza y del dinero, hasta el extremo de ser una maldición para sí mismo, una náusea para la naturaleza y una infección para el género humano».

Nada tiene que ver ello con las previsiones razonables de futuro. Si «vivir es preferir», como afirma otro sabio y gran cristiano, Julián Marías, en su «Tratado de lo mejor», ¿se puede llegar a vivir humanamente, cuando cada día se está prefiriendo lo que vale menos que uno mismo: lo material, sean bienes, sea dinero?

El hombre elige constantemente entre posibilidades. Por eso toda mutilación de su horizonte total es ya una inmoralidad, una de las más graves y frecuentes de nuestro tiempo. Hay formas de vida cuya inmoralidad radical, aunque no visible, «consiste en suprimir de la vida elementos con los que tendría que contar».

En algunos se hace realidad la afirmación de Von Balthasar de que quienes quieren vivir «una libertad sin ley» caen en una «ley sin libertad»: la del ansia incontenible de tener siempre más. Hay dos «elementos» de los que no se puede prescindir sin negarse como hombre o fallar como cristiano: los que nos necesitan, y la llamada de Dios a la superación espiritual, que Juan de la Cruz expresaría como «unión con Dios».

¿Entendiste la moraleja? “Beber lo suficiente para el día, sin querer acabarse el río o el charco o el mar de un sorbo”. ¿No pides en el padrenuestro “Danos hoy nuestro pan de cada día”? ¿Entonces para que quieres tener asegurado el pan para todos los días de la semana, del mes, del año? No seas avaro. Si Dios nos diera más pan que el que necesitamos para el día, seguramente que se endurecería.

Con el pan de cada día, puedes ser feliz.

II. LA NOVEDAD DEL MENSAJE DE CRISTO FRENTE A LOS BIENES

Jesús interioriza más el Decálogo del Antiguo Testamento y radicaliza sus exigencias internas, lo interpreta y lo vive Él mismo desde su entrega total al Padre y a los hermanos y, sobre todo, da a los hombres la gracia de su Espíritu, que transforma desde dentro el corazón humano y lo habilita para que pueda seguirle en el camino de esa entrega, desprendimiento y de confianza plena en las manos de Dios.

El Decálogo del Antiguo Testamento apuntaba ya a la regularización de las inclinaciones profundas del corazón. Por ejemplo: el primer mandamiento pide al hombre que ame a Dios sobre todas las cosas, con todas las fuerzas. Ese amor no puede referirse a un acto externo, sino a la orientación misma del corazón, que enmarca la vida entera. O también este ejemplo: el Decálogo del Antiguo Testamento, además de prohibir el adulterio, prohíbe desear la mujer del prójimo; y además de prohibir robar o retener injustamente los bienes del prójimo, pretende regular la actitud profunda del corazón en relación a los bienes materiales del prójimo cuando dice: “No codiciarás los bienes ajenos”.

Después de leer el Nuevo Testamento, quedan claros estos principios:

· Los bienes materiales son buenos en cuanto creados por Dios para el uso del hombre. Úsalos bien y para lo que Dios quiere: tu propia dignidad y para ayudar a los necesitados. Así vivirás feliz.
· Las riquezas, no obstante, no dejan de tener carácter ilusorio y peligroso, pues crean un sentido de falsa seguridad y pueden apartar el corazón de Dios. Así se explican estos textos: Mateo 6,24: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Mateo 13,22: La seducción del dinero asfixia el mensaje (la semilla de Dios) y queda sin fruto. Lucas 12, 15-21: La parábola del rico: “¿Para quién va a ser todo lo que has acaparado?”. El apego a la riqueza pone en jaque tu felicidad.
· Jesús deja bien claro además la necesaria conversión del corazón, para poder poner en su lugar la riqueza. El deseo inmoderado de riqueza genera la envidia que puede conducir al hombre a cometer los mayores crímenes, como le pasó a David, como ya antes te dije . Y la envidia es destructora de la felicidad interior.
· Y una vez convertido, urge compartir tus bienes con el necesitado. Si no, corre peligro la salvación del alma. El apego a la riqueza no permite escuchar la palabra de Dios. Aquí las riquezas se convierten en un ídolo que pretende dar la felicidad y la salvación, pero que es creador de muerte. Por eso Jesús dice “Es imposible servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6, 24).

Jesús mismo vivió una vida pobre, desprendida. Fue una opción suya, para así ponerse en las manos de su Padre y darnos ejemplo de vida.

Pero algo importante que hizo Jesús: predicó su amor también para con los ricos. Jesús no es un resentido u obsesivo por la pobreza. Sabía gozar de los bienes de la vida, no rehuía los círculos de los ricos y aceptaba sus invitaciones a los banquetes, hasta el extremo de que sus enemigos pudieron motejarle de “glotón y bebedor”. Si pide al joven rico que abandone sus posesiones y se las dé a los pobres, el verdadero motivo de tal exigencia es el seguimiento de Jesús, no el desprecio de los bienes materiales. También a los ricos les anunció la buena noticia del Reino, pues confiaba en su capacidad de conversión: “Es imposible para los hombres, mas para Dios todo es posible” (Mateo 19, 26).

Jesús propone no sólo el desapego y renuncia a la riqueza, sino también la distribución de los bienes entre los pobres. “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres” (Mateo 19, 21).

Jesús, además, da importancia a la limosna y a las obras de misericordia corporal, como elementos del seguimiento y así participar del Reino de Dios (Marcos 10, 21; Mateo 6, 2-4; Lucas 3, 11). Algunos pasajes, como el elogio de la viuda que da todo lo que tenía para vivir (Lucas 21, 1-4), conciben la limosna como un compartir todos los bienes propios con los necesitados, un compartir que va más allá del cálculo casuístico de lo superfluo. Esto lo entendieron muy bien los primeros cristianos, según se nos narra en los Hechos de los apóstoles.

El mensaje del Nuevo Testamento es la invitación a la generosidad y al desprendimiento del corazón. San Pablo llega a afirmar que “la raíz de todos los males es la avaricia” (1 Timoteo 6, 10). En cambio, invita repetidamente a la generosidad como imitación de Cristo, que “siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Corintios 8, 9-15).

¿Cuáles son las verdaderas riquezas de la Iglesia, hoy que se echa en cara los tesoros del Vaticano?

Te contaré un hecho histórico para que sepas dónde están las verdaderas riquezas de la Iglesia.

En
el año 258, el emperador Valeriano promulgó un edicto por el que todos los obispos, sacerdotes y diáconos habían de ser inmediatamente detenidos y juzgados. El Papa Sixto II fue uno de los primeros en ser encarcelado. Sixto había confiado el tesoro de la Iglesia al diácono Lorenzo -de origen español, por cierto-, con instrucciones precisas para distribuirlo todo entre las viudas y los huérfanos si fuera preciso.


Así sucedió, en efecto, y Lorenzo vendió todos los vasos sagrados. Cuando e1 Papa era conducido al suplicio. Lorenzo lo seguía con lágrimas en los ojos. Le aseguró que había ya cumplido sus órdenes y sintió no acompañarle en el sacrificio. El Papa le anunció que no tardaría también él en padecer por Cristo.

A los pocos días el diácono Lorenzo fue arrestado. El prefecto le exigió la entrega de los tesoros de la Iglesia.

- La Iglesia es en verdad, muy rica -dijo Lorenzo.

Y añadió:

- Yo te enseñaré sus tesoros, pero has de darme un poco de tiempo para recogerlos.

Obtenido el permiso, fue en busca de las viudas, huérfanos, inválidos y ancianos a quienes la Iglesia socorría con gran caridad. Los reunió en hileras, y a continuación los llevó ante el prefecto:

He aquí los tesoros de la Iglesia.

No
tardó Lorenzo en conocer el martirio.


¿Ya entendiste dónde están los auténticos tesoros de la Iglesia?

Ahí te va otra anécdota para que la saborees.

Cuando el hombre se encuentra en el umbral de la eternidad, riquezas y honores bien poca cosa dicen. Estando a la muerte uno de los principales generales de Luis XIV, el rey, que le distinguía con particular aprecio, en reconocimiento de sus gloriosos servicios, le hizo llevar el bastón de mariscal de Francia.

El general, tomando con mano temblorosa la insignia que se le ofrecía, exclamó:

- Muy hermosa es, majestad, pero me será inútil en el país adonde voy.

Enseguida la dejó y tomó un crucifijo que cubrió de besos.


III. ¿CUÁLES SON LOS PECADOS CONTRA ESTE DÉCIMO MANDAMIENTO?

Déjame contarte el cuento del rey Midas, narrado por Nathaniel Hawthorne.

Había una vez un rey muy rico que se llamaba Midas. Tenía más oro que nadie en el mundo, pero siempre estaba preocupado por tener más.

Pasaba largas horas del día en sus arcas, contemplando y contando sus monedas, observando su brillo mientras las dejaba deslizar suavemente entre sus dedos.

El rey tenía una hija llamada Caléndula, a quien quería muchísimo y, aunque no tenía nunca tiempo de jugar con ella o contarle cuentos, por estar ocupado en pensar cómo obtener más dinero, la veía con ternura y siempre le decía que sería la princesa más rica del mundo.

A Caléndula, el oro la tenía sin cuidado. Ella disfrutaba en el jardín con sus flores, el canto de los pájaros y el brillo del sol sobre el estanque.

Un buen día, mientras Midas contaba su dinero, se le apareció un personaje vestido de blanco quien le preguntó si estaba satisfecho por ser tan rico.

- ¿Satisfecho?, de ninguna manera, contestó el rey. Tengo mucho oro, pero no es nada en comparación con todo el oro que existe en el mundo.

El personaje le preguntó:

- ¿Serías feliz si pudieras convertir en oro todo lo que tocaras?

Por supuesto, contestó el rey. Con eso he soñado toda la vida. Estoy seguro de que sería completamente feliz si pudiera convertir en oro todo lo que tocara.

- Muy bien, respondió el extraño visitante, desde mañana tu deseo se hará realidad.

Al día siguiente Midas despertó y en cuanto tocó las sábanas de su cama, éstas se convirtieron en oro. El rey no cabía en sí de la felicidad. Bajó las escaleras tocando todo lo que encontraba a su paso y todo se convertía en oro puro. Salió al jardín y tocó las rosas de su hija y los pájaros, los cuales inmediatamente se convirtieron en estatuas de oro.

Cansado, decidió el rey sentarse a desayunar, pero al tocar el jugoso melocotón que quería comer, éste se volvió en oro y el rey no pudo comerlo. Intentó beber un poco de leche, pero también le resultó imposible, pues la leche también se convirtió en oro al contacto con sus labios.

El rey comenzó a entristecerse, pues tenía sed y hambre, y no podía saciarlas. En ese momento entró su hija Caléndula, quien lloraba porque sus flores ya no olían y sus pájaros ya no cantaban por ser de oro.

El rey la abrazó para consolarla y al instante la niña se convirtió en una estatua de oro.

Midas comenzó a llorar amargamente. Comprendió que en esta vida hay miles de cosas que valen más que todo el oro del mundo: el olor de las rosas, el canto de los pájaros, el sabor de un melocotón y la sonrisa en los labios de su hija. Su ambición le había llevado a perder todo lo que más amaba en el mundo.

Moraleja: la felicidad no está en tener más oro.

Vemos ahora los pecados contra tu felicidad.

1. Avaricia o codicia

a) Definición: Es el amor desordenado a los bienes terrenales (nuestro dinero, casa, hijos, cosas). Avaricia es el acaparamiento desordenado de bienes materiales. El desorden puede estar:

· En la intención: desear las riquezas por ellas mismas, como un fin y no como un medio para poder vestir y alimentar a la propia familia y para ayudar a la Iglesia y a los más necesitados.
· En la manera de conseguir esa riqueza; por ejemplo con ansiedad, por todos los medios posibles (a veces ilícitos y malos), dañando al prójimo, la propia salud, la de nuestros empleados, si somos jefes, haciéndoles trabajar más horas de las debidas.
· En la manera de usarla, sólo para ti, todo para ti, en vez de usarla para los más necesitados, en obras de caridad, de sanidad.

b) Malicia de la avaricia: La avaricia en ocasiones puede ser grave porque es una señal de falta de confianza en la providencia de Dios (si damos para los demás no nos quedamos con nada); es, además, una falta contra la caridad; hay excesiva confianza en ti mismo.

Todo esto es muy grave porque se llega a convertir al dinero en ídolo. Nadie puede servir a Dios y al dinero (Mateo 6, 24).

c) Consecuencias

· Una gran desazón interior, intranquilidad.
· Te impide volar hacia la santidad, te ata aquí abajo.
· Te impide hacer apostolado, que es misión del bautizado.
· Tu corazón queda aprisionado.

Al igual que Midas echó a perder su vida convirtiendo en oro hasta a su propia hija, también nosotros podemos echar a perder lo que más amamos si nos dejamos llevar por la codicia.

A tu alrededor puedes ver a cientos de niños y jóvenes que viven como huérfanos, debido a que sus padres dedican todo su tiempo a conseguir más dinero y se olvidan de dedicar un tiempo a sus hijos. Estos padres han convertido el amor en una estatua de oro y han dejado de disfrutar de las sonrisas de sus hijos por el ansia desmedida de dinero.

Puedes ver cientos de familias divididas en la vida diaria por el exceso de bienes materiales: cada hijo tiene su propio cuarto, su propia televisión y tal vez su propio auto y su propio chofer. Estas pobres familias ricas han cambiado la riqueza que sólo se obtiene en la diaria convivencia con la familia, por objetos fríos e inertes. En estas familias, aunque sean numerosas, cada miembro vive en la más cruda soledad.

Puedes ver también miles de personas que simplemente ya no disfrutan nada de lo bonito del mundo por estar preocupados por sus bienes materiales.

Por ejemplo: el señor que no duerme por pensar si suben o bajan sus acciones en la bolsa de valores; el joven que no disfruta de las reuniones, ni pone atención en clases por pensar que le pueden robar su coche que dejó estacionado en la calle; la jovencita que ya no quiere ir a las fiestas con sus amigos, porque se siente avergonzada por no tener el atuendo de moda; el niño que ya no sabe jugar con su imaginación porque sus padres le compran juguetes nuevos todos los días, juguetes que le atrofian la mente y la imaginación y le impiden disfrutar del canto de los pájaros, de la hormiga que se esconde, de la mariposa que vuela en el jardín. Estos niños siempre están insatisfechos y son mucho menos felices que aquellos que cuentan sólo con lo necesario.

Dios no desea esto para el hombre y por eso le da el décimo mandamiento. Él quiere que busquemos la felicidad donde sí la podemos encontrar y no quiere que perdamos lo más valioso que tenemos por buscar tener más y más bienes materiales.

d) Remedios

· reflexionar en que las riquezas no son fin sino medios que Dios te da para remediar tus necesidades y las de los demás.
· reflexionar que eres administrador y no dueño de tu riqueza y que has de dar cuenta de lo usado o abusado, como así también de las cualidades que debes poner al servicio de Dios. El apostolado pone a prueba esas cualidades.
· reflexionar que el dinero es pasajero, efímero, que hoy lo tienes y mañana lo puedes perder.
· reflexionar que el dinero no lo llevarás a la otra vida y en cambio llevarás las obras buenas que has hecho. Si fueras prudente atesorarías para el cielo y no para la tierra (Mateo 6, 19-20). Pon todo en manos de Dios. Las manos de Dios son más seguras que un banco o mil acciones de bolsa y que cualquier empresa que puede quebrar.
· cultivo de la pureza del corazón y del desprendimiento interior. Cuanto más puro, más desprendido serás.

Sobre la avaricia te traigo esta anécdota.

Cierto día un mercader ambulante iba caminando hacia un pueblo. Por el camino encontró una bolsa con 800 dólares. El mercader decidió buscar a la persona que había perdido el dinero para entregárselo pues pensó que el dinero pertenecía a alguien que llevaba su misma ruta.

Cuando llego a la ciudad, fue a visitar a un amigo.

- ¿Sabes quién ha perdido una gran cantidad de dinero? - le preguntó a éste.
- Sí, sí. Lo perdió Juan, nuestro vecino, que vive en la casa del frente.

El mercader fue a la casa indicada y devolvió la bolsa. Juan era una persona avara y apenas terminó de contar el dinero gritó:

- ¡Faltan 100 dólares! Esa era la cantidad de dinero que yo te iba a dar como recompensa. ¿Cómo lo has agarrado sin mi permiso? Vete de una vez. Ya no tienes nada que hacer aquí.

El honrado mercader se sintió indignado por la falta de agradecimiento. No quiso pasar por ladrón y fue a ver al juez.

El avaro fue llamado a la corte. Insistió ante el juez que la bolsa contenía 900 dólares. El mercader aseguraba que eran 800. El juez, que tenía fama de sabio y honrado, no tardó en decidir el caso. Le preguntó al avaro:

- Tú dices que la bolsa contenía 900 dólares, ¿verdad?
- Sí, señor - respondió Juan.
- Tú dices que la bolsa contenía 800 dólares - le preguntó el juez al mercader.
- Sí, señor.
- Pues, bien -dijo el juez- considero que ambos son personas honradas e incapaces de mentir. Te considero honrado a ti porque has devuelto la bolsa con el dinero, pudiéndote quedar con ella. También considero honrado a Juan, porque lo conozco desde hace tiempo. Esta bolsa de dinero no es la de Juan; la de él contenía 900 dólares. Ésta sólo tiene 800. Así pues, quédate tú con ella hasta que aparezca su dueño. Y tú, Juan, espera que alguien te devuelva la tuya.

¡Vaya moraleja puedes sacar de este ejemplo!


2. La envidia, hermana de la codicia

a) Definición: Es una pasión desordenada que nos lleva a sentir tristeza al ver y constatar el bien ajeno, las cualidades del otro, el coche del otro, la novia del otro, el pantalón del otro, la casa del otro, etc. Es muy sutil. Lo peor de todo es que se desea que ese bien desaparezca, se desea el mal al otro, por eso es un pecado capital. Pensamos que ese bien nos disminuye. Es más, el envidioso se alegra cuando le va mal al otro, que tenía tantas cualidades.

b) Distingue estos términos

· celos: se defiende el propio bien de uno con amor excesivo y temor de ser superado por los otros.
· emulación: es un sentimiento laudable, bueno, que nos mueve a imitar, igualar y si es posible, por amor a Dios, superar los talentos buenos de los demás, por medios legítimos. Para que sea buena la emulación tiene que ser:

Ø honesta en su objeto, es decir, querer las cualidades del otro y no los vicios;
Ø noble en su intención, es decir, por amor a Dios; no se debe hacer para ser más que los demás, que sería orgullo, ni para humillar a los demás (falta de caridad).
Ø legal en el procedimiento, no usar la astucia, la intriga, sí el esfuerzo. Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo, decía san Pablo.

c) Origen: La envidia tiene su origen en la soberbia que es, junto a la sensualidad, madre de los demás pecados.

d) Malicia de la envidia: en sí es un pecado muy grave porque se opone a la virtud de la caridad que es la principal virtud de un cristiano, que te manda alegrarte del bien del prójimo. Cuanto más envidias mayor es el pecado. Santo Tomás decía que la envidia de los bienes espirituales del otro es pecado gravísimo. Suscita odio, calumnia, murmuraciones, deseos malos, siembra divisiones, impulsa a la búsqueda inmoderada de riquezas.

e) Remedios contra la envidia

· alegrarte de los triunfos de compañeros.
· fomentar la emulación buena entre tus amigos.
· pedir la gracia de Dios para que te conceda un corazón grande, magnánimo, generoso.

No olvides que la avaricia y la envidia acaban teniendo efectos destructivos en el propio hombre, le alienan y, sobre todo, le cierran a la Palabra de Dios y a los valores novedosos de su Reino. Le roban la felicidad interior.

Una forma muy actual de alienación y de infelicidad es el consumismo, que reduce la vida humana a un mero consumo de bienes materiales y te hace sordo para los valores espirituales. Por eso es tan necesario esforzarse en implantar estilos de vida que abran a los hombres a la búsqueda de la verdad y del bien, así como a la comunión con los demás hombres para un crecimiento común.

El precepto de desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los Cielos. Espero que tú quieras entrar en el cielo, que es tu destino definitivo. Acuérdate de lo que dice la Sagrada Escritura, que aunque uno viva en abundancia, su vida no está asegurada con sus bienes (Hechos 12, 13). Serías un insensato, si quieres atesorar bienes para ti y no te enriqueces ante Dios .

Por eso, Jesús te invita a poner tesoros en el cielo, a confiar en la providencia del Padre del Cielo. Este abandono en manos de Dios te libera de la inquietud por el mañana (Mateo 6, 25-34). La confianza en Dios te dispone a la bienaventuranza de los pobres, para poder ver a Dios y ser feliz aquí en la tierra con lo que tienes.

El que ya participa de la vida de Dios en este mundo, por la fe, la esperanza y la caridad, tiene ya aquí “el ciento por uno” (Marcos 10, 30), y vive con la certeza anticipada de la vida eterna. En esto consiste la felicidad y la libertad verdadera, “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8, 21).

Vivimos en un mundo en el que se cumple lo que ya a principios del siglo XX afirmaba el poeta Thomas S. Eliot: “Parece que ha sucedido algo que no había sucedido jamás…los hombres han abandonado a Dios, no por otros dioses, sino por ningún dios; y esto no había sucedido nunca. Profesan primero la razón, y luego, el Dinero, el Poder, y eso que llaman la Vida, la Raza o la Dialéctica…Desierto y vacío, y tinieblas sobre la faz del abismo…cuando los hombres se han olvidado de todos los dioses, excepto la Usura, la Lujuria y el Poder” (Coros de La Roca, VII).

En un mundo poseído por esos falsos dioses, la humanidad no se encontrará a sí misma; ni tú encontrarás la felicidad. Al revés, te destruyes, como vemos suceder cada día ante nuestros ojos.

Sólo un retorno a Cristo, sólo una verdadera conversión del corazón al verdadero bien del hombre, que es Dios, podría poner las bases de una sociedad fundada en el trabajo solidario por el bien común de los hombres, y no fundada en la codicia. Y habría felicidad auténtica.

¡Conversión del corazón!

Ahí te va otra anécdota hermosa.

Había en el oriente un príncipe riquísimo, pero duro y avaro. Todos sus súbditos lo odiaban.

Un día llamó a su primer ministro, y le ordenó:

- Hay que cobrar todos los impuestos.
- Príncipe -le dijo el ministro-, este año la gente perdió toda su cosecha, y se muere de hambre; la gente no puede pagar impuestos.

El príncipe gritó:

- ¿Crees que estoy loco? Yo no voy a perder todo este dinero.

El ministro preguntó:

- ¿Cómo debo emplear el dinero de los impuestos?
- Tú verás lo que es más urgente reparar en mi palacio, y repáralo.

El ministro inspeccionó el palacio; vio algunas paredes descuarteadas. Pero el problema más grave era el disgusto general del pueblo.

Y concluyó: En verdad es urgente hacer algunas reparaciones profundas.

Luego partió para cobrar los impuestos.

Pero en las ciudades y poblados el ministro pregonaba: -¡Este año el príncipe les perdona a ustedes todos los impuestos!

Por todas partes, hubo regocijo y fiesta. El primer ministro regresó.

El príncipe le preguntó:

- ¿Dónde está el dinero?
- Príncipe, ya lo gasté en reparar lo más urgente del palacio.

E invitó al príncipe y a su corte a ver las... “reparaciones”. Al salir del palacio, una enorme multitud rodeó al príncipe, entre aplausos y gritos:”¡Viva nuestro príncipe! ¡Que Dios lo bendiga a él y a su familia!”.

El príncipe preguntó al ministro por qué tanta fiesta a su alrededor.

El ministro le explicó:

- Porque ya se han hecho las reparaciones más urgentes al palacio. Príncipe, me di cuenta que los daños más graves no estaban en los muros, sino en los corazones; era urgente recobrar la alegría que brota de la bondad; y encendí esta alegría perdonando a todo el pueblo los impuestos.

En medio del incontenible alborozo popular, aparecieron finalmente en el rostro del príncipe las primeras lágrimas y las primeras sonrisas de felicidad.

¿Quién se atrevería hoy a imitar este caso?


IV. A MODO DE RESUMEN

“No amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6, 19-21).

1° Puedes disfrutar de los bienes de este mundo con moderación: “todo es bueno” para el bien tuyo personal y el de tu familia. En el cielo no habrá pobreza: “tierra que mana leche y miel”. Los bienes son medios, no son fin. El único fin en tu vida es Dios, estar en comunión con Él. Dios es la única y verdadera riqueza. Si pierdes a Dios, eres el más pobre y miserable del mundo.

2° El deseo inmoderado de riquezas te puede inducir a cometer todo tipo de crímenes, como ya advertía el poeta pagano Virgilio (Eneida 3,53) y, con más autoridad, San Pablo (1 Tm. 6,10). San Gregorio Magno menciona hasta seis desórdenes morales que nacen de la avaricia, que después Santo Tomás sintetiza en éstos.

· La avaricia hace perder la sensibilidad hacia la desgracia del prójimo.
· El avaro a fin de conseguir la riqueza recurre, si es necesario, a la violencia, al engaño doloso, e incluso al perjurio; cede al fraude en los negocios y llega hasta la traición de las personas, como es el caso de Judas (Suma Teológica, Parte II-II, cuestión 108, artículo 8).
· El deseo inmoderado de riqueza genera la envidia, que puede conducir al hombre a cometer los mayores crímenes. San Agustín dice: “De la envidia nace el odio, la maledicencia, la calumnia, el desear el mal del prójimo”.
· El deseo desordenado de riqueza cierra el corazón del hombre a la semilla de la Palabra de Dios y a los valores del Reino.

3º Me preguntarás qué debe hacer la autoridad al respecto. La autoridad debe poner los medios para fomentar una mejor prosperidad pública y mejorar el nivel de vida del pueblo, con una justa distribución de la riqueza. Los padres deben procurar los bienes convenientes para asegurar a sus hijos un buen porvenir. Los poseedores de riquezas deben cuidar de su mayor rendimiento y de su acertada inversión para crear otras fuentes de riqueza y nuevos puestos de trabajo, en conformidad con las necesidades del bien común. Todos debemos cooperar, con nuestro trabajo, al mayor bienestar y prosperidad pública y privada. Pero el deseo de riquezas debe estar moderado por la virtud de la justicia distributiva y social. Y no podemos aspirar a ellas sino por medios lícitos y con fines honestos.

4º El deseo inmoderado de riquezas con fines egoístas y medios injustos provoca luchas sociales e incluso guerras entre las naciones. Codicia es la idolatría del dinero. Es un deseo de poseer sin límites que lleva a la explotación del prójimo, o a no compartir los bienes propios con los necesitados. El ansia de dinero puede esclavizar lo mismo al que lo tiene que al que no lo tiene. La Iglesia exalta el desprendimiento de los bienes de este mundo. Pero esto no se opone al progreso que tiende a hacer desaparecer la miseria que impide practicar la virtud de algunos sectores sociales.

5º En la enseñanza de la Iglesia, que recoge para el hombre de hoy el valor de los bienes de este mundo tal y como se afirma en la Biblia, Palabra revelada de Dios, esto se expresa diciendo que el derecho de propiedad, aun legítimo, es secundario respecto a otro principio más originario y fundamental: el del destino universal de los bienes de la creación, que ya te expliqué en el séptimo mandamiento. Así los formula la encíclica de Juan Pablo II “Sollicitudo rei socialis”: “Los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. El derecho de propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava “una hipoteca social”, es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el destino universal de los bienes” (número 42).

6º Sé generoso. Ya sabes que la generosidad es la virtud que contrarresta la avaricia. Es una virtud hermosa y de almas grandes, nobles y desprendidas. Esta virtud puede ser llamada también liberalidad. Virtud que tiene que ver sobre todo con los bienes temporales, o, para decirlo más precisamente, con el dinero y la riqueza. La liberalidad, te dice santo Tomás, no es sino “el recto uso de dichos bienes materiales” (II-II, 117, 1 c). La sede específica de la liberalidad son los afectos, es decir, las actitudes o disposiciones interiores frente a las riquezas. El principio de liberalidad es un cierto desapego, por el que no se desea ni se ama tanto al dinero, que uno se cierre a toda generosidad con el prójimo

El gran filósofo griego Aristóteles dirá que “quien tiene la virtud relativa al dinero, usará de él rectamente” (Ética a Nicómaco, libro IV, cap. 1).

¿Qué es lo que se puede hacer con el dinero? El dinero se puede recibir y se puede dar, se puede acumular y se puede prodigar. La liberalidad regirá el buen uso que se haga del mismo. El hombre liberal sólo recibirá y dará cuando deba y en la cantidad que corresponda, enseña Aristóteles, lo mismo en las cosas pequeñas que en las grandes.

Hermosamente ha dicho el Papa san León que allí donde Dios encuentra la liberalidad “reconoce la imagen de su propia bondad” (Sermón, Sobre la cuaresma, 11, 5). Y Clemente de Alejandría: “En realidad, el hombre bienhechor es la imagen de Dios” (Stromata II, 19). Por tanto, la fuente última de esta virtud de la liberalidad está en Dios, que es infinitamente generoso. Nos ha dado todo. No se ha reservado nada.

Dios Padre nos da lo mejor que tiene: a su propio Hijo. Su Hijo Jesucristo nos da todo, hasta su propia vida. El Espíritu Santo nos da sus santos dones para santificarnos. En Dios todo es generosidad.

Mediante la práctica de esta virtud, el hombre se convierte en el instrumento al que Dios recurre para que los bienes de la tierra no se estanquen y se queden en unos cuantos, sino que fluyan y lleguen a todos.

Te invito a ser generoso. Da tu dinero. Da tus cualidades. Da tu tiempo. Y, sobre todo, date a ti mismo, a ejemplo de Cristo.

La generosidad brotará, si conoces las necesidades de los hombres, del mundo, de la Iglesia, de los pobres. Si vives metido en ti mismo, serás un tacaño, un avaro, un mezquino. Siempre será cierto aquel refrán que dice: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.

Me sirve esta anécdota para aclararte esto.

En una ocasión, un rey de un lejano país, pensando en que era necesario que su pequeño hijo conociera las necesidades de su pueblo, tomó al pequeño heredero y lo llevó a dar un paseo por el campo.

- Hijo, quiero que conozcas lo que es la pobreza. Algún día serás rey y te servirá esta experiencia para poder conducir mejor tu reino.

Tomó entonces al pequeño príncipe y lo llevó a dar un largo paseo en el carruaje real. En el camino, el pequeño observaba las casas, los otros niños, las parcelas de cultivo. En un punto del camino, pararon en una casa escogida al azar y se acercaron a saludar a los súbditos que ahí moraban, y entre los que se encontraban unos alegres niños que correteaban y jugaban con su perro mascota.

Sorpresivamente fueron invitados por los dueños de esa
humilde vivienda a compartir con ellos sus precarios alimentos, los cuales
degustaron todos con alegría. Nuevamente emprendieron su camino por aquellas vías del reino y pronto los sorprendió la noche.

Entonces el rey decidió emprender el regreso a palacio. Al llegar a su residencia, el padre preguntó al pequeño:

- Hijo mío, ahora, pues, has conocido lo que es la pobreza. ¿Qué me puedes decir al respecto?

Lo que el pequeño soberano contestó, dejó al padre absorto:

- Padre, gracias por esta gran lección que me has dado. He podido apreciar la paz y felicidad con la que viven nuestros súbditos. He sentido la frescura del campo, la belleza de la libertad, la armonía que se vive en sus hogares. ¡Qué dicha poder admirar el cielo como se ve en los campos, qué alegría ver las aves volar por los cielos, los animales correr por la campiña! ¡Cómo quisiera yo poder tener una mascota con quién jugar! ¡Cuánto desearía tener unos hermanitos como aquellos con los que compartí la comida!
Sería inmensamente feliz si todos los días pudiera admirar la puesta del sol
como hoy y como nuestros súbditos la aprecian todos los días...
¡Qué razón tenías, padre, cuánta riqueza hay en el mundo, y cuánta pobreza nos
aqueja a los príncipes!... Gracias, padre, por haberme permitido darme cuenta de
cuán pobres somos y cuán ricos son nuestros súbditos. Espero que ellos me
permitan compartir su riqueza cuando yo sea su rey.

Ciertamente la visión humilde de los niños nos enseña y descubre riquezas que en los adultos nos es difícil apreciar.

¿Qué te ha parecido?

Pon tus tesoros en el cielo donde no hay polilla ni herrumbre que corroen, ni ladrones que roben. Abandónate en la providencia del Padre del cielo, para que goces de una gran paz del corazón, liberado de angustias y apegos. Él, que es tu Padre, nunca te va abandonar. ¡Eres su hijo!

No dejes que la amargura de corazón corroa la paz de tu alma y te quite la felicidad. Aunque la vida sea dura y la queja asome a tus labios debido a tu pobreza, no dejes que la amargura se apodere de tu corazón. Esfuérzate por mejorar tu situación y satisfacer tus necesidades, pero sin amargura.

Esfuérzate, sí, por conseguir riqueza; pero siempre por medios lícitos; no con espíritu de rebeldía, ni de odios, sino con espíritu cristiano, con fe en la Providencia de Dios, y sin olvidar que en esta vida no se puede hacer desaparecer el sufrimiento y las posibles carencias materiales. Por otra parte, no olvides que no consiste la felicidad en amontonar dinero sino en cumplir su voluntad y amar a los demás.

Es mucho más importante hacer buenas obras, pues el premio eterno del cielo vale más que todo el oro del mundo. Si creyéramos esto de verdad, pondríamos mucho más empeño en practicar el bien.

Los trabajos fisiológicos de Bert sobre el oxígeno, necesario para nuestras células, han demostrado que si las células están faltas de él, padecen y mueren; pero un exceso, también les es nocivo, porque les resulta convulsivo. Es decir, que nuestro organismo está hecho para una medida; y lo mismo resulta nocivo una carencia que un exceso. Lo mismo que ocurre con el oxígeno, ocurre con el azúcar, el calor o la libertad.

Tan perjudicial es una carencia como un exceso. Y también con los bienes materiales. Lo mismo que hay un mínimo económico vital, debería fijarse un máximo vital no sobrepasable para poder permanecer en el equilibrio humano. En los países donde el progreso ha alcanzado metas altísimas, y una libertad de costumbres sin freno, han resultado hombres cansados de vivir. Por eso en ellos se multiplican tanto los suicidios. Por tanto, el dinero no da la felicidad.

La Iglesia tiene sus razones cuando enseña una ascética de lucha y de vencimiento propio. Esta superación del hombre sobre sí mismo, aunque exige esfuerzo y sacrificio, llena también de satisfacciones la vida. La felicidad no está en tener muchas cosas, sino en saber disfrutar de lo que se tiene y en compartirlo. La felicidad brota de lo más íntimo de nuestro ser. Quien busca la felicidad fuera de sí mismo es como un caracol en busca de casa.

Ahí te va una anécdota.

¿Dónde está la felicidad?

En el principio de los tiempos se reunieron varios demonios para hacer una de las suyas.

Uno de ellos dijo: - Debemos quitarles algo a los hombres, pero, ¿qué?

Después de mucho pensar uno dijo: - ¡Ya sé! Vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la puedan encontrar.

Propuso el primero: "Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo", a lo que inmediatamente repuso otro: "No, recuerda que tienen fuerza, alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está". Luego propuso otro: "Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar", y otro contestó: "No, recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá algún aparato para poder bajar y entonces la encontrará". Uno más dijo: "Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra". Y le dijeron: "No, recuerda que tienen inteligencia, y un día alguien va a construir una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la va a descubrir, y entonces todos tendrán felicidad".

El último de ellos era un demonio que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás. Analizó cada una de ellas y entonces dijo: - Creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren.

Todos voltearon asombrados y preguntaron al mismo tiempo: "¿Dónde?". El demonio respondió: "La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera que nunca la encontrarán". Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo en su corazón.

La felicidad no está en poseer cosas. La felicidad está en tu interior, en la riqueza de tu corazón noble y generoso.

¿Conoces la historia de la espada de Damocles?

Damocles fue un cortesano adulador de Dionisio I, tirano de Siracusa. Se pasaba el día alabando la riqueza, magnificencia y felicidad del tirano. Un día Dionisio tuvo la idea de invitarle a un espléndido banquete, en el que los criados servían a Damocles como si fuera el mismo rey.

Pero encima de su cabeza pendía una espada del techo, sujeta tan sólo por una crin de caballo. Horrorizado, nervioso, Damocles no lograba llevar a la boca nada. No podía apartar de su mente un instante la visión de aquella espada que en cualquier momento amenazaba con caer sobre su cabeza. Pidió permiso para retirarse cuanto antes. Bien se dio cuenta de la lección que acababa de darle: el tirano Dionisio no era tan feliz como parecía, pues no se le ocultaba que en cualquier instante podía terminarse su reinado.

La alegría es posible en todas las circunstancias de la vida. Los que no la encuentran es porque la buscan donde no está. En lugar de buscarla en uno mismo, la buscan en cosas exteriores que dejan el corazón vacío, y después viene el tedio y la tristeza. La felicidad está en disfrutar de lo que tenemos, y no en desear lo que no podemos tener. Acuérdate de aquel que se quejaba porque no tenía zapatos, y yendo por la calle vio a uno que no tenía pies, y se dijo: “¡Qué tonto y egoísta soy! Yo, quejándome de que no tengo zapatos, y éste hombre, sonriente, no tiene pies, y no se queja”.

Te contaré lo siguiente.

Estaba Dios sentado en su trono y decidió bajar a la tierra en forma de mendigo sucio y harapiento. Llegó entonces el Señor a la casa de un zapatero y tuvieron esta conversación:

- Mira que soy tan pobre que no tengo ni siquiera otras sandalias, y como ves están rotas e inservibles. ¿Podrías tú reparármelas, por favor, porque no tengo dinero?

El zapatero le contestó:

- ¿Acaso no ves mi pobreza? Estoy lleno de deudas y estoy en una situación muy pobre; y, ¿aun así quieres que te repare gratis tus sandalias?

- Te puedo dar lo que quieras si me las arreglas.

El zapatero con mucha desconfianza dijo:

- ¿Me puedes dar tú el millón de monedas de oro que necesito para ser feliz?
- Te puedo dar 100 millones de monedas de oro. Pero a cambio me debes dar tus piernas ...
- Y, ¿de qué me sirven los 100 millones, si no tengo piernas?

El Señor volvió a decir:

- Te puedo dar 500 millones de monedas de oro, si me das tus brazos.
- Y, ¿qué puedo yo hacer con 500 millones, si no podría ni siquiera comer yo solo?

El Señor habló de nuevo y dijo:

- Te puedo dar 1000 millones, si me das tus ojos.
- Y dime; ¿qué puedo hacer yo con tanto dinero, si no podría ver el mundo, ni podría ver a mis hijos y a mi esposa para compartir con ellos?

Dios sonrió y le dijo:

- Ay, hijo mío; ¿cómo dices que eres pobre si te he ofrecido ya 1600 millones de monedas de oro y no los has cambiado por las partes sanas de tu cuerpo? Eres tan rico y no te has dado cuenta....

Tú también podrías protestar como este ejemplo que te narro.

“Soy un hombre rico. Me propongo demandar a la revista `Fortune´, pues me hizo víctima de una omisión inexplicable.

Resulta que publicó la lista de los hombres más ricos del planeta y en esta lista no aparezco yo. Aparecen, sí, el sultán de Brunei, que tiene una fortuna estimada en 37 mil millones de dólares, y aparecen también los herederos de Sam Walton, con 24 mil y Takichiro Mori, con 14 mil. Figuran ahí también personalidades como la Reina Isabel de Inglaterra, con 11 mil millones de dólares; Stavros Niarkos con 4 mil.

Sin embargo a mí no me menciona la revista. Y yo soy un hombre rico, inmensamente rico. Y si no, vean ustedes. Tengo vida, que recibí no sé por qué, y salud, que conservo no sé cómo. Tengo una familia: esposa adorable que al entregarme su vida me dio lo mejor de la mía; hijos maravillosos de quienes no he recibido sino felicidad; nietos con los cuales ejerzo una nueva y gozosa paternidad.

Tengo hermanos que son como mis amigos, y amigos que son como mis hermanos. Tengo gente que me ama con sinceridad a pesar de mis defectos, y a la que yo amo con sinceridad a pesar de mis defectos. Tengo cuatro lectores a los que cada día les doy gracias porque leen bien lo que yo escribo mal. Tengo una casa, y en ella muchos libros (mi esposa diría que tengo muchos libros, y entre ellos una casa). Poseo un pedacito del mundo en la forma de un huerto que cada año me da manzanas que habrían acortado aún más la presencia de Adán y Eva en el Paraíso.

Tengo un perro que no se va a dormir hasta que llego, y que me recibe como si fuera yo el dueño de los cielos y la tierra. Tengo ojos que ven y oídos que oyen; pies que caminan y manos que acarician; cerebro que piensa cosas que a otros se les habían ocurrido ya, pero que a mí no se me habían ocurrido nunca. Soy dueño de la común herencia de los hombres: alegrías para disfrutarlas y penas para hermanarme a los que sufren.

Y tengo fe en un Dios bueno que guarda para mí infinito amor. ¿Puede haber mayores riquezas que las mías? ¿Por qué, entonces, no me puso la revista `Fortune´ en la lista de los hombres más ricos del planeta?”.

Disfruta lo que tienes. Agradece a Dios lo que tienes. Comparte lo que tienes, y serás feliz. Y nunca olvides: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino”.

Resumen del Catecismo de la Iglesia católica

2551 “Donde está tu tesoro allí estará tu corazón” (Mateo 6, 21).

2552 El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y del poder.

2553 La envidia es la tristeza que se experimenta ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital.

2554 El bautizado combate la envida mediante la benevolencia, la humildad y el abandono en la providencia de Dios.

2555 Los fieles cristianos “han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupiscencias” (Gálatas 5, 24); son guiados por el Espíritu y siguen los deseos del Espíritu.

2556 El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los cielos. “Bienaventurados los pobres de corazón” (Mateo 5, 3).

2557 El hombre que anhela dice: “Quiero ver a Dios”. La sed de Dios es saciada por el agua de la vida eterna.

Preguntas para la reflexión personal y en grupo

1. ¿Cuál debe ser tu actitud ante los bienes materiales?
2. ¿Por qué brota la avaricia en el corazón?
3. ¿Qué debes hacer cuando te vienen sentimientos de envidia de los demás? Es decir, ¿cómo debes combatir la envidia?
4. ¿Estás contento con lo que Dios te ha dado en el plano espiritual, humano, intelectual y profesional? ¿O desearías que Dios te hubiese dado más cosas? Haz una lista de todo lo que Dios te ha regalado.
5. ¿Cómo lograr desapegar afectivamente el corazón de las cosas materiales?
6. Explica estas frases de Jesús: “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mateo 6, 21) y “Bienaventurados los pobres de corazón” (Mateo 5, 3).
7. ¿Por qué debes ser generoso?
8. ¿Qué detalles tuvo Jesús de generosidad en el evangelio?
9. ¿Cuáles son los profetas del Antiguo Testamento que más fustigan a los ricos que explotan?
10. ¿Cómo educarías tú a tu hijo a la generosidad y al desprendimiento de las cosas materiales?


LECTURA: Extraída de un sermón de san Bernardo sobre la envidia

“Es la envidia un pesar, un resentimiento de la felicidad y prosperidad del prójimo. De aquí que nunca falte al envidioso ni tristeza, ni molestia. ¿Está fértil el campo del prójimo? ¿Su casa abunda en comodidades de vida? ¿No le faltan ni los esparcimientos del alma? Pues todas estas cosas son alimento de la enfermedad y aumento de dolor para el envidioso…

Así como los buitres, que pasan volando por muchos prados y lugares amenos y olorosos sin que hagan aprecio de su belleza, son arrastrados por el olor de cosas hediondas; así como las moscas, que no haciendo caso de las partes sanas van a buscar las úlceras; así también los envidiosos no miran ni se fijan en el esplendor de la vida, ni en la grandeza de las obras buenas, sino en lo podrido y corrompido; y si notan alguna falta de alguno (como sucede en la mayor parte de las cosas humanas) la divulgan, y quieren que los hombres sean conocidos por sus faltas.

Los perros se hacen dóciles con el alimento que se les da, y los leones, cuando se los cura, se hacen tratables; pero los envidiosos se hacen más insufribles y más ofensivos con los obsequios y beneficios…El envidioso ni halla médico para su enfermedad ni puede encontrar medicina alguna que le libre de este mal, por más que las Santas Escrituras estén llenas de semejantes remedios. El único alivio que espera es el ver caer a alguno de aquellos a quienes envidia.

Así como el dardo arrojado con gran fuerza, cuando choca en una parte dura y resistente se vuelve contra el que le arrojó, así también los movimientos de los envidia, sin que perjudiquen al envidiado, se convierten en heridas par el envidioso. Porque, ¿quién por angustiarse y afligirse disminuyó los bienes del prójimo? Antes bien, el que se entristece por el bien de los demás, a sí mismo es a quien asesina.

No nace en el corazón del hombre vicio más pernicioso que el de la envidia, la cual, sin dañar a los extraños, es ante todo un mal, y mal interior para el que la tiene. Porque así como el orín roe y destruye el hierro, así también la envidia roe y consume al alma a quien infesta. Y así como dicen que las víboras nacen desgarrando el vientre materno, así también la envidia suele devorar el alma que la fomenta.

Los envidiosos llevan retratado en su cara el mal de que adolecen. Sus ojos son áridos y sombríos, los párpados caídos, contraídas las cejas, el ánimo inquieto por torvo afecto y faltos de un juicio recto para apreciar la verdad” (San Basilio, Homilía sobre la envidia).


Bien herman@, quiero que leas un resumen que el P.Antonio Rivero ha preparado especialmente sobre estas catequesis para ello ve a este enlace WWW.DIOSAYUDA.BLOGSPOT.COM

y busca el tag o etiqueta resumen 10 mandamientos asi como la conclusion a dichas catequesis. Esto te fortalezara y te guiara para estar alerta en todo momento y asi poder cumplir los 10 mandamientos.


Padre Nuestro.... Dios te salve..... Gloria


PROXIMOS EJERCICIOS ESPIRITUALES... LAS BIENAVENTURANZAS




jueves, 29 de enero de 2009

NO DESEARAS A LA MUJER DE TU PROJIMO 9


Bienvenido a una semana mas de ejercicios espirituales sobre los 10 mandamientos. Recuerda, de nada sirve el leer, entender y comprender las catequesis, si no te ejercitas, recuerda que el ejercicio madura el pensamiento y lo libera de toda la basura que puedas tener, al tener un pensamiento limpio, dejas que la accion del Espiritu Santo se vaya manifestando en tu persona. Asi, lograras un paso mas hacia la santidad.

No lo olvides, ejercicio, ejercicio, ejercicio.....


NOVENO MANDAMIENTO
No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

AT: EX 20,17 - "No codiciaras la casa de tu prójimo, ni codiciaras la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo"

NT: Mt 5,28. "el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón


  • San Juan distingue tres especies de codicia o concupiscencia (Cf. 1Jn. 2,16)

    • de la carne
    • de los ojos
    • la soberbia de la vida
  • En la tradición catequética católica:

    • el noveno mandamiento prohibe la concupiscencia de la carne
    • el décimo prohibe la codicia del bien ajeno.
  • concupiscencia: apetito sensible que contraria la obra de la razón.

    • procede de la desobediencia del primer pecado
    • desordena las facultades morales del hombre y, sin ser una falta en si misma, le inclina a cometer pecado.
    • es parte de nuestra experiencia cotidiana de combate espiritual
    • S. Pablo la identifica con la lucha que la "carne" sostiene contra el "espíritu" (Cf. Ga 5,16.17.24; Ef 2,3).

      • "carne": no se trata de condenar el cuerpo, que con el alma, constituye la naturaleza del hombre. Se trata de las obras, o sea de las disposiciones estables: Estas son las virtudes (que son buenas) y los vicios (que son malos).

        • las virtudes son fruto de la sumisión al Espíritu Santo
        • los vicios son fruto de la resistencia al Espíritu Santo.

La purificación del corazón Cf. CatIC 2517

  • El corazón es la cede de la personalidad moral

    • "de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones" (Mt 15,19)
    • la lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por el corazón.
  • La sexta bienaventuranza: "bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8)

    • los corazones limpios son los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios:

      • la caridad
      • la castidad o rectitud sexual
      • el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe.
    • existe un vinculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la de la fe.
    • los limpios de corazón verán a Dios y serán semejantes a El. (Cf. 1 Cor 13.12)
    • la pureza de corazón es el preámbulo de la visión.

      • ya desde ahora, esta pureza nos permite ver según Dios, recibir al otro como prójimo y considerar el cuerpo como templo del Espíritu Santo.

El combate por la pureza Cf. CatIC 2520

  • El bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los pecados
  • pero no quita la concupiscencia de la carne.
  • por eso necesitamos gracia para luchar:

    • mediante la virtud y el don de la castidad.

      • pues la castidad permite amar con un corazón recto e indiviso.
    • mediante la pureza de intención.

      • que consiste en buscar el fin verdadero del hombre: la voluntad de Dios.
    • mediante la pureza de mirada exterior e interior, la disciplina de los sentidos y la imaginación, el rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos
    • mediante la oración
  • San Agustín: "Creía que la continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mi; siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito: que nadie puede ser continente, si tu no se lo das. Y cierto que tu me lo dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado"
  • La pureza exige el pudor que parte de la templanza
  • El pudor:

    • preserva la intimidad de la persona. Para lograrlo se cuida de no mostrar lo que debe permanecer velado.
    • esta ordenado a la castidad.
    • ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas.
    • protege el misterio de las personas y de su amor
    • intuye la dignidad espiritual propia del hombre.
    • exige que se cumplan en las relaciones amorosas las condiciones del don y del compromiso definitivo
    • invita a la paciencia y la moderación en las relaciones.
    • es modestia; inspira la elección de la vestimenta
    • mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana.
    • se convierte en discreción.
    • existe un pudor de los sentimientos y un pudor del cuerpo.
    • el pudor del cuerpo rechaza los exhibicionismo del cuerpo. No solos los propios sino los de otros (Ej. En los medios de comunicación).
    • inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes.
  • la pureza del corazón libera del eroticismo difuso y aparta de los espectáculos que favorecen el exhibicionismo y los sueños indecorosos.
  • la "permisividad de las costumbres" se basa en una concepción errónea de la libertad.

    • la libertad necesita ser educada por la moral para poder llegar a la madurez.
  • La Buena Nueva de Cristo restaura continuamente la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina los errores y males que brotan de la seducción del pecado; Purifica y eleva sin cesar las costumbres de los pueblos.

No desearás a la mujer o al varón que no te pertenece”




También podría ser formulado así: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”. Y no tanto: “No tendrás pensamientos ni deseos impuros”, pues tenerlos es en cierto modo inevitable. El consentirlos es otro cantar.

También se ha formulado en los catecismos así: “No desearás la mujer de tu prójimo”, teniendo como referente el Éxodo 20, 17 y el Evangelio de san Mateo 5, 28.

Si el sexto mandamiento protegía la pureza exterior del cuerpo, templo del Espíritu Santo; este noveno mandamiento nos invita a vivir la pureza interior del corazón, de donde salen todas las cosas buenas o malas, nos dirá Cristo: “De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios e injurias: Esto es lo que hace impuro al hombre” (Mateo 15,19).

Este mandamiento nos ayuda a liberar el corazón de esos deseos impuros, que tanto manchan el alma. Trata de salvaguardar la virtud de la castidad en su propia raíz, en el corazón de la persona humana. ¿Qué sería la virtud de la castidad puramente externa o superficial si no incluyese su espíritu, es decir, la opción moral por ella, los deseos y actitudes íntimas tuyas?

No olvides: el Decálogo es el programa de la plena realización y liberación de la persona humana, fuente de la verdadera libertad: la de los hijos de Dios.

Una leyenda oriental me ayudará a explicarte este noveno mandamiento.

En un día de lluvia, dos monjes encontraron una muchacha muy hermosa con largos vestidos y zapatos de seda junto a un camino fangoso. Uno de ellos, por caridad, la tomó en brazos para llevarla al otro lado del camino, para que no se manchase. El otro monje no dijo nada hasta la noche, cuando no pudo reprimir por más tiempo su reproche: “Los monjes no debemos acercarnos a las mujeres, ni tocarlas, y menos si son jóvenes y hermosas, porque es peligroso”. Pero el que había hecho con sencillez este acto de caridad respondió: “hermano, a esa chica yo la dejé allí, hace ya muchas horas. ¿Es que tú la estás llevando todavía contigo en tu corazón y en tu deseo?”.

¿Entendiste? La pureza comienza primero en tu corazón. Si tu corazón es limpio, todo tu cuerpo será limpio y tu mente y tu imaginación y tu fantasía. Todo se define en tu conciencia, en tu corazón. Y es esto lo que Dios escruta con ojos penetrantes, sí, pero también comprensivos y paternales. Dice en el Apocalipsis: “Yo soy el que sondea los riñones y los corazones, y el que os dará a cada uno según vuestras obras” (Ap 2, 23).

La importancia en el orden moral es la verdadera pureza del corazón, no la mera observancia exterior, que puede ser una simulación. A Dios le agradan las manos inocentes y el corazón puro, como dice el Salmo 23.

El ejemplo de David en la Biblia es bien significativo al respeto. ¿Te acuerdas? Todo comenzó con un deseo consentido de la mujer de su prójimo, al verla bañarse en la piscina; esto le llevó, tras el adulterio del corazón, a su consumación carnal y el crimen planificado del esposo de esa mujer con la que adulteró en su corazón y en cuerpo . ¡Es bien interesante esta historia del rey David!

Por eso Jesús nos dejó esta bienaventuranza: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.” (Mateo 5,8). Ver a Dios es el deseo profundo de todos nosotros. Espero que también el tuyo.

Por tanto, este noveno mandamiento contempla la pureza de corazón en relación a la virtud de la castidad, previniéndote acerca de pensamientos, delectaciones y deseos impuros conscientes, deliberados y consentidos con la voluntad.

No debes asustarte cuando te vengan los malos pensamientos. El peligro está en el consentimiento. Una cosa es la concupiscencia o la inclinación al mal deseo y otra cosa es el pecado, o consentimiento de ese deseo con la voluntad. En esos momentos, piensa en otras cosas nobles y bellas, y esos malos pensamientos se irán poco a poco. A veces son molestos, es verdad, como los mosquitos. Pero, ten paciencia. No los consientas. Lucha. Invoca a la Virgen María. Reza un avemaría con fervor.

Si dejas meter el pensamiento impuro, tarde o temprano derrumbará tu pureza. Te cuento una anécdota.

He aquí la historia del árbol caído: era corpulento, gigantesco, y se levantaba en la pradera, al borde del paseo, apuntando al cielo con sus ramas, fuertes y lozanas. ¡Cuántos descansaban a su sombra, fatigados del camino, y se recreaban con la frescura de su follaje!

Un día apareció derribado. ¿Lo derribó el hacha del leñador? No, lo mató un gusano. ¡Grande tuvo que ser! No, era un pequeño gusano que lo fue carcomiendo por dentro poco a poco.

¡Cuidado con el pensamiento impuro! ¡Es gusano destructor de tu pureza!

Sabes que el budismo sitúa la perfección en la extinción del deseo, a base de meditación trascendental, yoga, ejercicios de relajación. Incluso existen píldoras de la paz que crean una especie de humor químico que controla sensaciones, estados de ánimo y deseos... hasta llegar a esa impasibilidad del ánimo.

Nada de esto tiene que ver con este noveno mandamiento.

Veremos en este mandamiento los siguientes apartados:

I. Sentido y alcance del noveno mandamiento.
II. Pureza del corazón.
III. El sentido del pudor.

I. SENTIDO Y ALCANCE DEL NOVENO MANDAMIENTO

¿Sabes la historia de la gotita de agua?

Era una vez una gota de agua que sintió de pronto el llamado de la mar y hacia el mar se fue apresurada y transparente. Por el cauce del riachuelo corría cantarina. Todo lo alegraba con su presencia: las riberas florecían a su paso, los bosques reverdecían, las avecillas cantaban. Y hacia el mar corría feliz y transparente.

Pero un día se cansó de caminar por el cauce estrecho del arroyo. Al saltar sobre la presa de un molino, divisó horizontes de tierra y en tierra quiso convertirse. Aprovechando el desagüe de una acequia se salió del arroyo y se estacionó.

Inesperadamente se sintió prisionera de la tierra, convertida en un charco sucio, maloliente, tibio: repugnantes animalillos crecieron en su seno y el sol dejó de reflejarse en él.

Pasó una tarde un peregrino, se detuvo ante el charco y, sentencioso, exclamó: “¡Pobre agua, estabas llamada a ser mar y te quedaste en charco!”.

Le dio pena, se inclina hacia ella, la tomó en el cuenco de su mano y volviéndola al riachuelo le dijo: “Recupera tu vocación de mar”.

La historia de la gotita de agua puede ser la historia de un hombre cualquiera, tú o yo. Dios nos creó formados de alma y cuerpo, con inteligencia, voluntad y libertad. Nos creó a imagen suya y nos llamó para llegar a ser mar, para llegar a obtener la felicidad eterna junto a Él.

Sin embargo, con frecuencia nos puede pasar lo que a la gotita de agua y dejamos de usar la inteligencia para actuar. Nos dejamos llevar por alguna imagen atractiva que vemos fuera del camino, nos dejamos llevar por lo que nos dictan los sentidos y los sentimientos, los cuales muchas veces distorsionan la realidad, y terminamos saliéndonos del río para convertirnos en charcos. Cuando esto sucede, sobreviene el fenómeno llamado concupiscencia, en el cual el cuerpo y sus sensaciones se convierten en rectores sobre la inteligencia y sobre el alma.

Con la concupiscencia de la carne, el hombre se “animaliza”, pierde el equilibrio planeado por Dios y la visión sobrenatural de su vida. El hombre olvida que es un ser llamado a la felicidad eterna, al mar, y empieza a buscar la felicidad en los placeres y sensaciones del cuerpo, quedando atrapado en ellas, convertido en charco maloliente.

Con el noveno mandamiento, Dios nos pone en guardia contra los peligros del camino que nos pueden atraer y dejarnos convertidos en charcos.

Dios sabía desde el principio, el gran poder que ejercen las sensaciones sobre el hombre y por eso nos da este mandamiento, no porque las sensaciones sean malas, sino porque si no ponemos en ellas nuestra inteligencia, es posible echar a perder los grandes planes que Él tiene para cada uno de nosotros.

Las sensaciones también se manifiestan en los animales, pero sólo el hombre es capaz de canalizarlas y aprovecharlas para el bien, de acuerdo con lo que su inteligencia le dicta.

Dios te está invitando a la pureza en el amor y en el deseo. El mismo Cristo insistió siempre en esto. Por eso nos puso como ejemplo a los niños, por su inocencia y pureza. Él mismo vivió esta pureza, pues de su corazón sólo brotaban los milagros, la bondad, la comprensión, la compasión y la misericordia. “De la abundancia del corazón habla la boca” –nos dijo Jesús. Era el reflejo de lo que Él vivía.

Nadie le pudo echar en cara a Jesús ningún pecado de impureza. Su porte, sus ademanes, sus posturas, sus palabras, sus silencios, sus miradas…todo desbordaba en pureza. Su mente y su deseo estaban polarizados por la voluntad de su Padre. Su corazón era un manantial de agua cristalina suave y refrescante, donde venían a abrevar su sed todos los pecadores.

Puro equivale a limpio, diáfano. Es una cualidad que evoca sencillez y está relacionada con el amor a la verdad, con la libertad interior, con el compromiso de vivir según los dictados de tu conciencia iluminada por la Palabra de Dios en todas las circunstancias.

Y esto supone una opción por un amor limpio y una higiene de la imaginación, de los pensamientos y deseos.

Aquí habría que volver a retocar el tema de la sexualidad, como te expliqué en el sexto mandamiento. Una cosa es la sexualidad y otra cosa es la genitalidad. Una cosa es la sexualidad y otra cosa es el instinto.

El instinto está determinado inexorablemente y de una manera ciega a ser satisfecho cuando se dan las condiciones que lo incentivan. Pero la sexualidad humana es un don de Dios para realizar, en la libertad y el respeto, una faceta del amor humano: el don mutuo y la procreación, dentro del matrimonio.

Dime, ¿qué amor y libertad y respeto hay cuando un hombre desea a una mujer, cuando la codicia? ¡Ni que esa mujer fuera una cosa para la satisfacción del hombre!

Este noveno mandamiento requiere mucho el autodominio educativo mediante el pudor en las miradas, curiosidades innecesarias, lecturas, espectáculos, ambientes, conversaciones, etc... que generan inevitablemente los deseos impuros en el corazón.

Por eso te dice Dios en la Biblia: “Ninguno, cuando se vea tentado, diga: Es Dios quien me tienta; porque Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie; sino que cada uno es tentado por su propia concupiscencia que le arrastra y le seduce. Después la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte” (Santiago 1, 13-15).

La fuente de la tentación se encuentra en el propio hombre, en ti y en mí; en nuestro mal deseo que nos seduce conduciéndonos fuera del camino, como al pez o al animal, a los que se los atrae por el cebo para que muerdan el anzuelo o salgan de la madriguera. O como le pasó a esa gotita de agua, que estaba llamada a ser mar, y se quedó en charca.

La intención y el deseo definen al hombre moralmente, tanto o más que las mismas obras externas. Hay que buscar a toda costa que el amor sea cada vez más limpio, y por tanto, que el corazón sea puro.

Tú no debes conducirte en tu vida por el sólo deseo del placer, creyendo que en la satisfacción de ese deseo está la felicidad.

Para explicarte esto me ayudará el famoso filósofo griego Aristóteles, en su maravillosa obra “Ética a Nicómaco”. Ahí nos dice el filósofo que el placer no puede ser el bien supremo del hombre, pues también se observa que el placer esclaviza a muchos hombres. De ahí concluye Aristóteles que el placer no es malo ni bueno en sí mismo, y que es malo cuando “hace al hombre brutal o vicioso”. Después comenta de pasada que “este peligro es mayor en la juventud, porque el crecimiento pone en ebullición la sensibilidad, y en algunos casos produce la tortura de los deseos violentos”.

Si las acciones humanas –sigue diciendo Aristóteles- pueden ser nobles, vergonzosas o indiferentes, lo mismo ocurrirá con los placeres correspondientes. Es decir, hay placeres que derivan de actividades nobles, y otros de vergonzoso origen. El hombre íntegro se complace y desea las acciones virtuosas y siente desagrado por las viciosas.

Además, muchas de las cosas por las que merece la pena luchar, no son placenteras. Por tanto, ni el placer se identifica con el bien, ni todo placer se debe apetecer.

Algunos autores grecolatinos nos invitan a esta filosofía del placer.

El poeta latino Horacio resumió en dos palabras el programa de vida que busca el placer por encima de todo: “carpe diem”, es decir, aprovecha el día, exprime el instante que tienes, no lo dejes pasar.

Un personaje de la obra platónica “Gorgias”, llamado Calicles propone el ideal hedonista: “El que quiera vivir bien debe dejar que sus deseos alcancen la mayor intensidad, y no reprimirlos, sino poner todo su valor e inteligencia en satisfacerlos y saciarlos por grandes que sean”. ¿Se habrá inspirado nuestro Freud en esta filosofía de Calicles?

No es que Platón invite al placer. Él expuso una opinión de ese tiempo, pues el mismo Platón nos invita al equilibrio entre la razón y el placer. Y lo explica con belleza y plasticidad en el célebre mito del carro alado. El hombre es un auriga que conduce un carro tirado por dos briosos caballos: el placer y el deber. Todo el arte del auriga consiste en templar la fogosidad del corcel negro y acompasarlo con el blanco para correr sin perder el equilibrio.

Y de hecho así contesta Platón por boca de Sócrates a la propuesta hedonista de Calicles: “¿Afirmas que no hay que reprimir los deseos, si se quiere ser auténtico, más bien permitir su mayor intensidad y darles satisfacción a cualquier precio, y que en eso consiste la virtud? Entonces, dime: si una persona tiene sarna y se rasca, y puede rascarse siempre a todas horas, ¿vivirá feliz al pasarse la vida rascándose? ¿Y bastará con que se rasque sólo la cabeza, o también otras partes? Yo, al contrario, pienso que el que quiera ser feliz habrá de buscar y ejercitar la moderación, y huir con rapidez del desenfreno. Creo que debemos poner nuestros esfuerzos y los del Estado en facilitar la justicia y la moderación a todo el que quiera ser feliz, en poner freno a los deseos y no vivir fuera de la ley por tratar de satisfacerlos. Porque un hombre desenfrenado no puede inspirar afecto ni a otros hombres ni a un dios, es insociable y cierra la puerta a la amistad”.

Todo esto para decirte que tus deseos no tienen que ir orientados a la satisfacción de los placeres corporales, sino a alimentarse de lo noble que te ayude a ser más hombre, y sobre todo, a que llegues a ser mar, imagen de Dios y no charco, como la gotita de agua.

Esto es lo que te deseo. Sé puro en tus pensamientos, en tus deseos y en tu corazón. Sólo así vivirás esta hermosa virtud: la pureza de corazón.

II. LA PUREZA DE CORAZÓN Y DE INTENCIÓN

Para vivir este noveno mandamiento hay que purificar el corazón y la intención, ese mundo interior en el que tú vives a solas y Dios te ve.

Purifica el corazón. Este nuestro mundo, por muchas partes, está saturado de erotismo. Si no te cuidas, te mancharás. ¡Purifica el corazón! Sólo así vivirás la verdadera libertad, la alegría sincera, la serenidad interior, el amor en su dimensión de entrega. ¡Purifica el corazón del egoísmo y deseos impuros, que tanto te esclavizan y te hacen perder la paz! ¡Purifica el corazón para ser dueño de ti mismo, y puedas amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como Dios lo ama! Y sobre todo, ¡purifica tu corazón para que puedas ver a Dios en la eternidad!

Purifica tu intención. Revisa cuál es tu intención al ponerte esa blusa ajustada o esa “minifalda” para ir a bailar con tu novio. Revisa cuál es tu intención cuando invitas a la fiesta a esa niña “fácil”, cuando llevas a tu novia al rincón más oscuro de la discoteca, cuando citas a tu novio en tu casa sabiendo que van a estar completamente solos, cuando pides una bebida que tal vez te va a emborrachar, cuando te compras ese bikini diminuto, cuando te acercas a los puestos de periódicos y recorres con la mirada todas las revistas que se exhiben, cuando vas al cine, cuando ves la televisión, cuando navegas por Internet…

Si descubres en tus intenciones algo de deseos impuros…¡cuidado! ¡Puedes convertirte en charco! Tú estás llamado a ser mar, ¿te acuerdas del ejemplo de la gotita de agua!

En una cultura con fuerte acento narcisista , la sexualidad se distancia de toda educación de las pasiones, del autodominio personal, de las normas morales y aun de la responsabilidad social. Hoy te quieren hacer creer que la virtud de la pureza es para gente tonta, ñoña, mojigata e ingenua.

No les creas. Yo te demostraré que esta virtud requiere mucho esfuerzo, dominio y amor; que es una virtud de héroes y de valientes; y que es una virtud que tú puedes conseguir, con la ayuda de Dios y de la Virgen. Y es una virtud que te dará mucha paz y serenidad de alma.

¿Qué es la pureza de corazón?

Más que definir conceptos, quiero decirte quién es una persona pura. Es aquella que ve la vida y todo lo relacionado con la vida y la sexualidad con los ojos y con el corazón de Dios. Una persona pura es capaz de vivir la sexualidad, mediante la virtud de la castidad, en el esplendor de la verdad.

Y el catecismo de la Iglesia católica te dice lo siguiente: “La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual…” (número 2337).

La pureza es el lenguaje del amor. La pureza y la castidad sin amor son como un discurso vacío de significado. La persona pura es la que es capaz de amar como sabe amar un hombre y una mujer. Si la sexualidad es para el amor, la condición para saber amar es la castidad. La pureza o castidad impregna de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana ordenándolos a su fin. Esto implica la armonía entre sentidos e inteligencia, entre voluntad y corazón, equilibrio de la personalidad unificada, fruto del dominio de sí.

Para ti, ¿qué es la pureza? ¿Reduces la pureza a sólo no ver, no tocar, no fantasear? ¡Qué pobre es tu concepción de la pureza! La pureza es la condición para amar a Dios como Él se merece y a los demás, como Dios los ama. Por eso, pureza y amor van juntos. Y ambas virtudes provocan la alegría profunda. No conozco a una persona que trata y lucha por ser pura y no sea alegre y feliz. La pureza produce alegría y contagia alegría. El hombre puro, la mujer pura irradian alegría.

Yo también diría que la pureza agranda la capacidad de amar del corazón humano. Dime cómo es tu pureza interior y te diré cuán grande tienes tu corazón.

La impureza, por el contrario, provoca insensibilidad en el corazón, egoísmo y, con frecuencia, violencia y crueldad.

San Gregorio Magno, que fue obispo y Papa a finales del siglo VI e inicios del siglo VII, señala, entre otros efectos de la lujuria: “la ceguera de espíritu, la inconsideración, la precipitación, el egoísmo, el odio a Dios, el apegamiento a este mundo, el disgusto hacia la vida futura” . La impureza incapacita para amar y crea el clima propicio para que se den en la persona todos los vicios y deslealtades.

No pienses que vas a adquirir la pureza de una vez para siempre. ¡No! La pureza exige una conquista diaria. Puede haber momentos en tu vida que te costará más, sobre todo en tu adolescencia y juventud.

Para conquistarla, además de poner los medios humanos necesarios en cada caso (quitar y huir de la ocasión, guardar y recoger los sentidos, especialmente, la vista; evitar la ociosidad, la moderación en la comida y bebida, cuidar los detalles de pudor y de modestia en el vestir, evitar las conversaciones sobre cosas impuras, desechar la lectura de libros, revistas o diarios inconvenientes, no acudir a espectáculos que desdicen de un cristiano y de un ser humano, etc.), has de recurrir a los medios sobrenaturales, sin los cuales no sería posible ser puro: la oración, la confesión, la Eucaristía con comunión, la devoción filial a la Santísima Virgen María y a san José.

La pureza comienza siempre en el corazón; no lo olvides. Si tienes el corazón limpio, es fácil que seas puro en tu cuerpo. Este noveno mandamiento te pide la pureza del corazón, que es condición indispensable para cumplir el sexto mandamiento, que te exige la pureza exterior de tu cuerpo, como ya te expliqué. Por eso, lo que veas en tu corazón que desagrada a Dios, quítalo. ¿Quieres ver a Dios? Ya sabes: sólo los puros de corazón verán a Dios, dijo Jesucristo. Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado.

La pureza es la energía espiritual que libera el amor del egoísmo y de la agresividad. En la medida en que se debilita la pureza en el hombre, su amor se hace progresivamente egoísta; esto es, se convierte en satisfacción de un deseo de placer y no donación de sí mismo. La castidad es la afirmación gozosa de quien sabe vivir el don de sí, libre de toda esclavitud egoísta.

La castidad vuelve armónica la personalidad, la hace madurar y la llena de paz interior. Esta pureza de mente, de deseo, de corazón y de cuerpo ayuda a desarrollar el verdadero respeto de ti mismo y al mismo tiempo te hace capaz de respetar a los otros, porque hace ver en ellos personas a quienes venerar, en cuanto creadas a imagen de Dios y por la gracia hijos de Dios, recreadas por Cristo. ¿Qué te parece?

Te invito, pues a vivir esta pureza en tu corazón y en tus deseos e intenciones, en tu imaginación y en tus recuerdos. Sobre todo, pon riendas a tu imaginación para que no se desboque ante cualquier estímulo que recibas de tus sentidos. La imaginación, fuera de control de la inteligencia, puede hacerte ver como atractiva la vida de un charco.

¡Educa los deseos inferiores mediante el deseo superior del verdadero amor! Sólo por un deseo preferente se superan otros deseos inferiores.

Por eso el sentido último de este noveno mandamiento apunta a la pureza en el deseo de amar.

¿Cómo debe ser tu deseo?

· Humilde, confiado en Dios y en su gracia.
· Constante y progresivo, apegado en la promesa de Dios y en su ayuda.
· Sincero en el esfuerzo que busca y pone en práctica los medios eficaces que ya te había enunciado en el sexto mandamiento y que te recuerdo ahora: oración, confesión, comunión frecuente, devoción a María, deporte equilibrado, contemplación de la naturaleza, huida de las tentaciones, cuidado en lo que ves por televisión o en revistas.
· Preferente, porque si prevalece otro deseo, podría debilitarse el deseo del bien.
· Puro, es decir, busca siempre la voluntad de Dios y la donación al otro desinteresada.

En la propia conciencia y, por consiguiente, ante Dios, tú eres ya lo que deliberadamente deseas. De ahí la importancia de una verdadera higiene en pensamientos, imaginaciones, complacencias y deseos de la concupiscencia y, por tanto, el autodominio educativo mediante el pudor y las circunstancias externas: miradas, curiosidades innecesarias, lecturas, espectáculos, ambientes, conversaciones, etc., que generan inevitablemente los procesos interiores, desencadenándolos con una fuerza creciente que, por eso, parece incontrolable.

Dominar la concupiscencia desordenada por el pecado original es una exigencia interior del ser humano, si quiere conservar la salud del espíritu y hasta su armonía y maduración personal, comparable a la necesidad de evitar los factores nocivos para el organismo corporal.

Dime una cosa: ¿comerías cualquier cosa que encuentras en basureros o en charcas, donde el agua está estancada y llena de parásitos? ¡No! Entonces, ¿por qué quieres revolver en tu imaginación esas basuras impuras que te presenta algún tipo de películas o de revistas, que tú sabes que te hacen mal para tu corazón?

Te aconsejo que leas los capítulos quinto y sexto del Evangelio de san Mateo. Son capítulos que aclaran todo esto que te estoy diciendo sobre la importancia insustituible de la interioridad del hombre en sus decisiones morales. Ahí Jesús te dirá que el centro de todos los males, pero también de curación y de vida, radica en el interior, en tu interior, en la intención y el deseo. “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mateo 6, 21).

¡Domina tus sentidos! Cuando una persona tiene el hábito de dejarse arrastrar por los ojos, no puede evitar que su cerebro tenga una carga de erotismo excesiva. Lo que decimos de los ojos, se puede aplicar al oído, al tacto, etc. Cuando algo provoca un disparo de la excitación, es necesario evitarlo, porque si no, será inevitable caer bajo el dominio descontrolado del instinto animal.

¡Domina la imaginación y los deseos! Del mismo modo que el consumo excesivo y continuo de alcohol termina por provocar un hábito fisiológico que lleva al alcoholismo, el consumo de lo erótico provoca una dependencia inevitable, y una sobreexcitación habitual, al mismo tiempo que reduce la capacidad de contemplación estética de la sexualidad.

El abad de un monasterio, cuenta monseñor Tihamer Toth en su libro “El joven de carácter”, preguntó una noche a uno de los monjes:

- “¿Qué has hecho hoy, hermano?”.
- “Oh, padre abad –contestó el fraile-, tenía tanto que hacer hoy, y también los otros días, que mis propias fuerzas no me habrían bastado, de no ayudarme la gracia de Dios. Tengo que domar cada día dos halcones, debo aprisionar dos ciervos, es preciso que amanse dos gavilanes, he de vencer un gusano, tengo necesidad de domesticar un oso y de cuidar a un enfermo”.
- “Pero, ¿qué me cuentas? –dijo con risa el abad-. No hay modo de hacer esto en todo el monasterio”.
- “No obstante, es así” –contestó el monje-. “Los dos halcones son mis dos ojos, que he de vigilar continuamente para que no miren cosas malas. Los dos ciervos son mis dos piernas: he de guardarlas para que no corran al pecado. Los dos gavilanes son mis dos manos: he de obligarlas a que trabajen y hagan obras buenas. El gusano es mi lengua: he de refrenarla para que no charle cosas vanas y pecaminosas. El oso es mi corazón: he de luchar continuamente contra el amor que se tiene a sí mismo y contra su vanidad. Y el enfermo es todo mi cuerpo, que he de cuidar para que no lo avasalle la concupiscencia”.

¡Domina y doma, encauza y orienta tus instintos desordenados! Para eso Dios te ha dado la inteligencia y la voluntad.

Como el paladar estragado por el picante, el gusto sexual estragado por lo erótico, necesita de niveles cada vez mayores de excitación. Se hace incapaz de gustar los sabores delicados, y empieza a buscar sensaciones cada vez más artificiosas y violentas, hasta terminar en alguna de las muchas desviaciones posibles, y en el aburrimiento más completo. ¡Atento, no te conviertas en charco!

Sobrealimentar el instinto sexual lleva a un funcionamiento desorganizado de la imaginación y de los deseos sexuales, del mismo modo que, si un motor tiene demasiada gasolina dentro, no funciona bien, se ahoga. Si una cantidad excesiva de alcohol tiene como consecuencia inevitable la borrachera, también el sexo tiene un tipo de borrachera particular, cuando se excede.

La intención y el deseo definen al hombre moralmente, tanto o más que las mismas obras externas. Debes buscar a toda costa que el amor sea cada vez más limpio y, por tanto, que el corazón sea puro.

Y una última cosa, amigo. No olvides que una cosa es sentir y otra consentir. Si eres una persona normal, es natural que reacciones ante los estímulos que te presenta el mundo. Es normal que tus ojos se sientan atraídos hacia las imágenes o fotografías que se exhiben en los puestos de revistas.

Es normal que sientas un cierto cosquilleo en el estómago cuando ves en los anuncios clasificados del periódico los servicios que se ofrecen en teléfonos.

Es normal que te tiemble la voz y se pongan rojas las orejas cuando pasa frente a ti la niña o el niño que te gusta.

Es normal que tu cuerpo reaccione cuando ves una escena de amor en el cine, cuando tu novia te toma de la mano o te da un abrazo de bienvenida.

Todos estos sentimientos y sensaciones no son malos de ninguna manera. Son prueba de que eres normal. Si no sintieras nada, tal vez tendrían que preocuparte.

La gotita de agua, de la que te hablé, vio desde el molino lo que era la tierra y se sintió atraída por ella. Pero ahí no estuvo lo malo. El problema surgió cuando la gotita consintió en esa atracción y se quiso convertir en tierra, saliéndose del río para terminar convertida en charco.

Con el noveno mandamiento Dios nos dice que no debemos consentir con esa atracción, pues nos puede dejar atrapados haciéndonos perder de vista nuestro fin sobrenatural.

Te puede venir un torbellino de pensamientos e imaginaciones feas e impuras. No las consientas con la voluntad. Basta que tu voluntad se oponga y se distancie de esos sentimientos, pensamientos e imaginaciones, que a veces no se pueden evitar. Y esa voluntad llevará a alejarte, en lo posible, del motivo o las ocasiones que lo producen.

Frenar esos disparos de la imaginación y del deseo, es el único medio de ir educando esas potencias, para que sirvan adecuadamente a la capacidad de amar que tenemos. Sólo esa educación conseguirá integrar los diversos niveles de nuestra sexualidad, y hacer que el cuerpo y la mente sean buenos instrumentos y nos sirvan para expresar con espontaneidad y facilidad nuestro amor. Sólo de esta manera conseguiremos aprender a amar con el cuerpo.

Y si te has convertido en charco, como le pasó a la gotita de agua, por haber permitido la entrada a tu corazón de miles de pensamientos y deseos impuros, ¿qué debes hacer? La única solución que te queda es gritar, gritar muy fuerte para que el peregrino que pasa por el camino te vea, te tome entre sus manos y te devuelva tu vocación de mar y no de charco.

Ese peregrino es Jesucristo. Él sabe que estás llamado a ser grande; no quiere que te quedes estancado por tener un corazón lleno de impurezas; conoce tu debilidad y por eso te ha dejado unos sacramentos que te devolverán al río y te ayudarán a mantenerte dentro de su cauce hasta que llegues a tu meta.

Acude a Él en la oración sin ningún temor. Él es hombre como tú y conoce todos los peligros que se te pueden presentar en el camino. Pídele su ayuda con la seguridad de que la recibirás, tal como lo hizo san Agustín, quien escribió: “Creía que la continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito: que nadie puede ser continente si Tú no se lo das. Y cierto que lo dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado” (En su libro “Confesiones” libro 6, 11, 20).

III. EL SENTIDO DEL PUDOR

No sé si aquí es el momento de hablarte del pudor. Podía haberte hablado de él también en el sexto mandamiento. Pero como ambos mandamientos están tan unidos, quiero ahora dedicarte unos renglones a esta defensa de la pureza, que es el pudor. Pues tu falta de pudor provocará en quien te ve malos deseos y malos pensamientos. Por eso quiero tratarlo aquí en el noveno mandamiento que te manda “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”.

¿Qué es el pudor?

El pudor consiste en defender la dignidad de nuestro cuerpo, evitando que aparezca como un simple objeto de deseo sexual de los demás.

La educación del pudor viene a ser el contrapeso de una actitud puramente naturalista frente al hecho de la sexualidad.

Frente al exhibicionismo sexual, que tan intencionadamente se propaga y con tanta insistencia lo practica y lo acepta la gente, es útil recordar que son tan necesarios hoy como siempre el pudor y la modestia.

Giambattista Torelló sintetiza con acierto las ideas de Max Scheler sobre el pudor en las siguientes palabras: “Max Scheler, en su excelente opúsculo sobre el pudor, enseñaba que la unidad de la existencia humana, que el amor fundamental, está protegido por nuestra misma naturaleza. Este sentimiento vital, tan fácilmente ridiculizado, se distingue radicalmente del miedo, de la vergüenza, de la ignorancia y de la coquetería que lo caricaturiza. El pudor es el área de seguridad del individuo y de sus valores específicos, delimita el ámbito del amor, al no permitir que se desencadene la sexualidad cuando la unidad interna del amor no haya nacido aún. El pudor no sólo da forma humana a la sexualidad, sino que favorece además su armónico desarrollo. Las caricias de los amantes, la exquisita sensibilidad de los verdaderos señores nada tienen que ver con la brutalidad y la grosería de los primitivos e ignorantes. La finura del verdadero pudor mana de altos pensamientos y fuertes pasiones, no de mentes cerradas, embotadas por prejuicios contra todo lo que sea carnal”.

El pudor podría también definirse como la cualidad exclusivamente propia del hombre que actúa en defensa de la dignidad de la persona humana y del auténtico amor. El pudor sirve para frenar comportamientos y actitudes que oscurecerían la dignidad del ser. Es un medio necesario y eficaz a la hora de demostrar el señorío sobre los instintos y vale para integrar la vida afectivo-sexual en el marco armonioso de la persona.

No debes olvidar que el pudor es un instinto natural, que protege espontáneamente la propia intimidad.

Gracias al pudor, aprenderás a respetar tu propio cuerpo como don de Dios, miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo; aprenderás a resistir el mal que te rodea, a tener una mirada y una imaginación limpias y a vivir en el encuentro afectivo con los demás un amor verdaderamente humano, sin excluir los elementos espirituales.

Te invito al pudor. Tienes que tener especial pudor en tu vestir. Determinados tipos de escotes o minifaldas, trajes ceñidos, etc., no pueden dejar de llamar la atención sobre los aspectos provocativamente sexuales del cuerpo femenino.

Y no es simple cuestión de más o menos tela. Es mucho más importante el significado de “disponibilidad sexual” que está asociado a un modo de vestir. Puede suceder que, con más tela, haya menos pudor. Unos pantalones pueden ser más cortos que una minifalda, pero aunque la minifalda enseñe menos, destaca más lo sexual, porque provoca la percepción asociada de una mayor disponibilidad.

Ése es también el caso de ciertas tribus sin cultura ni técnica, que habitan en zonas húmedas y calurosas. Las circunstancias ambientales y su falta de técnica hacen imposible un vestido adecuado, por lo que van casi desnudos. El pudor se suele expresar disimulando lo estrictamente sexual, mediante un simple ceñidor. Esa desnudez no tiene ningún significado de disponibilidad sexual, y así lo sienten todos.

Es más, en esas mismas tribus, cuando una mujer quiere llamar la atención del hombre, lo que hace es precisamente cubrirse el pecho. Las leyes de la percepción hacen que eso llame más la atención, puesto que nunca iba cubierta. Y lo que no se ve, pero se imagina, es más provocativo que lo se ve normalmente, porque las circunstancias hacen que ese modo elemental de vestir sea el único posible, y por tanto, que sea púdico. En esas circunstancias, la percepción del conjunto de la sociedad está habituada a expresar el pudor y el impudor siempre de la misma manera.

Una percepción de este estilo sería imposible en un lugar como el nuestro, en el que el clima exige cubrirse. El simple hecho de ir vestido, altera totalmente la percepción de la intimidad corporal. Si estamos acostumbrados a vernos vestidos, la desnudez tiene un significado radicalmente distinto, destaca una disponibilidad sexual que no se presenta en la percepción de quienes por necesidad van habitualmente desnudos.

He aquí una ley natural que ninguna voluntad puede alterar, ni siquiera por el afán de una pretendida naturalidad. Lo natural para el hombre y la mujer depende de su formación cultural, pues esa formación altera unos modos naturales de percepción, difícilmente alterables. El fenómeno contemporáneo de la pérdida del pudor y del nudismo es algo totalmente distinto de la desnudez habitual y constante e inevitable de esas tribus, de las que hemos hablado.

Una vez que las condiciones ambientales, técnicas, culturales, establecen unas leyes propias del pudor, se define espontáneamente la frontera entre lo púdico y lo impúdico. Y se establece el límite natural de la intimidad personal.

Cuando una persona no cuida su propia intimidad corporal, eso significa que no tiene una dignidad personal que salvar. La prostitución destruye lo más íntimo de las personas, por eso provoca tanta lástima o tanta repugnancia. Quien entrega el cuerpo sin entregar el alma, se prostituye. Quien entrega la intimidad corporal sin entregar la intimidad personal, se prostituye, se ofrece a sí mismo como objeto de deseo, anula su propio carácter y dignidad de persona.

Por eso, la desnudez, la apertura de la intimidad corporal, ha de ir siempre ligada a la entrega mutua y total de la propia persona, que se realiza en el matrimonio. La desnudez es signo de disponibilidad, de abandono y entrega plena, por eso exige que haya una entrega mutua y para siempre.

Si no, habría prostitución, por parte de uno o de otro. Si la desnudez no es expresión de una entrega personal, entonces es que esa persona se está presentando ante los demás como simple objeto disponible, con su inevitable valor sexual en primer plano de utilidad.

Vamos ya aterrizando y concluyendo este mandamiento. Si vives éste, será más fácil el sexto, que a veces tanto te cuesta. No pierdas nunca de vista que estás llamado a alcanzar grandes ideales. Estás llamado a ser mar y no charco.

Dios creó a los demás seres humanos y a la naturaleza buscando el bien; míralos siempre con ojos limpios, que vean más allá de lo material. Busca siempre lo más alto, lo mejor para ti y para los demás, comportándote de acuerdo a tu dignidad de cristiano, siendo un ejemplo de pureza y grandeza de alma.

Termino con una pregunta, ya ves. ¿Se puede ser puro?

Es difícil, pero se puede. Con la gracia de Dios que te ofrece en la oración y en la confesión. Con la vigilancia de tus sentidos: “Vigilad y orad, para no caer en tentación”, te dijo Jesucristo en el Evangelio. También acude humilde a la Virgen María y a San José.

Selecciona cuidadosamente tus amigos y los lugares a los que asistes con ellos. Aléjate de las situaciones peligrosas. Evita ponerte en peligro asistiendo a espectáculos o lugares sospechosos. Procura tener entretenimientos sanos, en lugares y a horas adecuadas. Selecciona cuidadosamente todo lo que entra por tus sentidos: lo que ves, lo que oyes, lo que pruebas. Vístete de una manera digna de un hijo de Dios. Cuida tu cuerpo con pudor y no permitas que por tu culpa, otros tengan pensamientos y deseos impuros. No todas las modas son adecuadas para ti, pues muchas no respetan tu dignidad. ¡No te dejes engañar!

¡Cuánta paz proporciona la pureza! No la sacrifiques por nada.


Resumen del Catecismo de la Iglesia católica

2528 Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mateo 5, 28).
2529 El noveno mandamiento pone en guardia contra el desorden o concupiscencia de la carne.

2530 La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón y por la práctica de la templanza.

2531 La pureza del corazón nos alcanzará el ver a Dios: nos da desde ahora la capacidad de ver según Dios todas las cosas.

2532 La purificación del corazón es imposible sin la oración, la práctica de la castidad y la pureza de intención y de mirada.

2533 La pureza del corazón requiere el pudor, que es paciencia, modestia y discreción. El pudor preserva la intimidad de la persona.


Preguntas para la reflexión

1. ¿Cuál es la diferencia entre el sexto y el noveno mandamiento?
2. ¿Qué es la pureza interior, la pureza del corazón?
3. ¿Sabes distinguir entre sentir y consentir? ¿Dónde está el pecado: en el sentir o en el consentir? ¿Por qué?
4. ¿Qué medios tienes a tu disposición para adquirir y aumentar en la pureza interior de tu corazón?
5. ¿Te acuerdas de algunos textos evangélicos donde Cristo nos da ejemplo de pureza de corazón y donde recomienda dicha pureza?
6. ¿Qué es antes: la pureza o la verdad?
7. Si tuvieras una familia con hijos, ¿qué harías para inculcar en tus hijos la guarda de la pureza del corazón, el pudor?
8. ¿Qué hay que hacer cuando te viene el huracán de los malos pensamientos?
9. ¿Puedes mirar las obras de arte, donde hay desnudos? ¿Cuál es la relación entre ética y estética?
10. Di cinco cualidades o características de una persona que trata de vivir su pureza.


LECTURA: Extraída del libro “Creados para amar” (1), de Daniel-Ange, editorial Edicep, pág. 69 y 70

La impureza, ¿engranaje, esclavitud?

“Cualesquiera que sean sus diferentes expresiones, la impureza se convierte en un atentado a tu libertad: ¡se convierte tan rápidamente en obligación! (un poco como el hachís o la marihuana: tobogán para la heroína). Se mete el dedo y todo el cuerpo va detrás. Y eso no atañe sólo a tu cuerpo, sino a tu voluntad, que se halla anestesiada. Al comienzo, se controla, al final escapa a todo control. Igual que esos patinazos controlados que se convierten en pasos conducentes al abismo. Y poco a poco viene la dependencia. El deseo ya no es deseo, se ha convertido en necesidad.

El engranaje: ¡qué esclavitud! Como todo pecado, la impureza se presenta a ti como un amigo: “aquí estoy para servirte, para darte felicidad”. Si le abres la puerta de vez en cuando, se convierte en un invitado ocasional. Pero poco a poco se instala en tu casa. Imposible desalojarlo. Se siente como Pedro por su casa. Te impone sus caprichos. Te conviene obedecer si no quieres represalias. ¡Es el dueño en tu hogar, si no es el déspota!

Cuántos me confiesan hallarse completamente sometidos a la dependencia de sus deseos sexuales, incapaces de resistir, de dominarse y de elegir: no son ya libres para detenerse. A pesar de hacer prodigios de buena voluntad y de voluntad simplemente. ¡Qué deterioro de una juventud! La impureza no es el pecado más grave, pero en cierto sentido es el más perturbador, pues nos ataca en es punto neurálgico en el que se anudan las relaciones entre el alma, el corazón y el cuerpo: en lo más íntimo de nosotros mismos. Ahí peco contra mí mismo.

Además, confiésalo. La impureza, ¿no te deja acaso un gusto amargo –incluso un disgusto- algo así como las “resacas” después de la droga? Te sientes humillado, nada orgulloso, decepcionado de ti mismo por haber caído más bajo. Decepcionado porque a cada caída prometes no recomenzar y secretamente sabes que vas a reincidir. Decepcionado por un adversario que te ha engañado, que te ha atraído con el señuelo de algo estupendo. ¡Y cómo te ha engañado!

Te lanzas, te consumes; te arrojas y te hundes. Breve embriaguez y la tristeza después”.

OTRA LECTURA: Extraída del libro “Dios y el mundo” de Joseph Ratzinger, una conversación con Peter Seewald, al explicar el noveno mandamiento de la Ley de Dios.

Pregunta de Peter Seewald: El noveno y el décimo mandamiento: “No desearás la mujer de tu prójimo, “No codiciarás los bienes ajenos”.

Respuesta del cardenal: Estos dos mandamientos están interrelacionados, desbordan con creces lo externo, lo fáctico, pues afectan a los pensamientos íntimos. Nos dicen que el pecado no comienza en el instante en que consumo el adulterio o arrebato injustamente la propiedad al otro, sino que el pecado nace de la intención. Por eso no basta simplemente con detenerse, por así decirlo, ante el último obstáculo, porque esto ya es imposible si no he preservado en mí el respeto íntimo a la persona del otro, a su matrimonio o a su propiedad.

Es decir, el pecado no comienza en las acciones externas y palpables, sino que se inicia en su suelo nutricio, en el rechazo íntimo a los bienes del otro y a él mismo. Una existencia humana que no purifica los pensamientos, tampoco puede en consecuencia ser acorde con los hechos. Por eso aquí se apela directamente al corazón del ser humano. Porque el corazón es el auténtico lugar primigenio desde el que se despliegan los hechos de una persona. Sólo por este motivo debe permanecer, por así decirlo, claro y limpio.


Que el Señor te ayude a ejercitarte sobre este mandamiento, recuerda que la ley fue dada a nuestros padres desde lo alto de un monte, para que todos la escucharan, hoy Dios te habla, por medio de estas catequesis. Esta en ti, el buscar la salvacion.


Padre Nuestro.... Dios te salve.... Gloria....


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